25 de Mayo, otra mirada sobre la patria
Los fines de semana, sea en el atardecer del sábado o durante el domingo, tenemos el intento sincero de acercarnos al Templo a orar. Participar de la Misa es tradición, no por ser una mera costumbre, no por ritualismo vacío, sino porque lo reconocemos como característica nodal de nuestra identidad.
Nos sabemos herederos de una comunidad. La comunidad judía podía reunirse en las sinagogas a leer la Torá y a recordar los anuncios proféticos. Mas en la cúspide de su culto no recordaban al Dios Omnipotente que había creado al mundo de la nada, sino al Dios Bueno que los había guiado a la liberación de la esclavitud en manos de los egipcios. De eso se trata su Pascua.
Nosotros, los cristianos, nos reunimos alrededor del Altar para hacer memoria de un Dios que asume la naturaleza humana. Memoria de un Dios que se excede de cualquier idea noble de justicia y llega a nosotros para alcanzarnos su perdón. ¡Esa es nuestra Pascua!
Memoria, identidad, sentido de la vida, motivo de esperanza ¿Es así como leemos la fecha patria que hoy nos convoca?
Puedo entender que en la niñez realicemos lo que nuestro desarrollo psicológico y cognitivo nos permita, pero el reducir la fecha a pintarle la cara con corcho quemado a los niños para que puedan simular venta de empanadas a ancianos desdentados, no es un buen augurio.
Y si el revisionismo histórico se pavonea en el debate climatológico de esa jornada y en la presencia o no de paraguas en la Plaza de Mayo, entonces estamos en serios problemas.
Con honestidad intelectual y sinceridad de intención debemos sentarnos a leer, conversar y debatir sobre aquellas jornadas, en las que el habitante de estas tierras se animó a reclamar su derecho a ser reconocido como sujeto libre.
Aquella comunidad quiso poner el término Patria, no como una mera alusión geográfica, sino como identidad.
Los mercaderes políticos, los egoístas sedientos de poder no tardaron en aparecer. Tenemos los libros de historia plagados de esta información de decadencia moral, en la que Dios quiera no encontremos a ninguno de nuestros ancestros; y si así fuera, que tengamos la grandeza de pedir perdón en su nombre.
Partidos políticos clientelistas, próceres de cotillón, vendepatrias que han intentado vendernos una ideología foránea mientras nos condenaban a ser país empobrecido, simple vendedor de materias primas.
Pues es hora de decirle al mundo que nuestro país es y quiere ser muy grande. ¡Queremos y podemos ser más que un mero país agropecuario! ¡No somos un simple vendedor de carne y de trigo! ¡Somos mucho más que asadores planetarios!
Quienes creemos en el Dios de la Vida vamos a tomarnos la Resurrección con todo el peso que este término tiene. Vamos a resucitar a una palabra que ha sido bastardeada, pisoteada, incluso tomada como insulto: resucitaremos a la palabra Revolución.
Y cuando le devolvamos al término su verdadero y profundo significado, recién entonces podremos resucitar al espíritu de la Revolución.
Vamos a terminar con los proyectos vinculados a la “Cultura de la muerte”. Vamos a recordarnos que estamos llamados a construir el Reino. Tomaremos nuestros recursos, todos ellos, hasta los que parecen insignificantes, y los pondremos en las manos de aquellos que puedan conducirnos en la edificación de un país más noble. Un país donde cada día podamos encontrar a un número mayor de argentinos que puedan darse el lujo de preguntarse si la vida tiene o no sentido, y que puedan habitar estructuras donde puedan encontrar respuestas plenificantes.
Vamos a resucitar la Revolución, para entender que los mundiales de fútbol son simples pasatiempos.
Resucitaremos ese espíritu de Revolución de 1810, para terminar esa conversación estilo “cocktail diplomático”, en la que entre sonrisas y simulacros de respeto se habla de todo para no hablar de nada. Intentaremos restaurar la verdadera participación ciudadana, en la que cada uno de nosotros podrá portar la celeste y blanca, y con la efusividad y el entusiasmo del abrazo de gol, podamos felicitarnos como comunidad (si es que realmente lo somos) por los logros compartidos en esta noble epopeya: la de llevar la verdadera libertad a cada argentino sin que el color, la pronunciación de algunas consonantes, credo o capital económico y financiero sean motivos de discriminación.
Sin duda somos débiles, y corremos el riesgo de que nuestro entusiasmo se convierta en la dictadura hegemónica del poderoso de turno. Abramos nuestros brazos hacia el Padre y pidamos que derrame su Gracia sobre nosotros, para que estas nuevas victorias que vislumbramos en el horizonte no se bañen de revanchismo ni vanaglorias, sino que sean la de seres humanos sedientos de Dios, que comprenden la vida como donación de sí mismos, que entienden que el poder es un servicio, porque no hay amor más grande que dar la vida por los amigos.