«Ajuste»: una palabra repetida pero poco comprendida
Si tuviera que elegir una palabra que he leído y escuchado de manera recurrente durante los últimos meses en nuestro país, esa palabra sería «ajuste». Lo curioso es que, por más utilizada que sea, no es un término que el común de la gente pueda definir en forma concreta. Sin embargo, hay algo que está claro: es algo que no nos gusta a los argentinos, nos recuerda los fantasmas del pasado no muy lejano y nos genera miedo.
Si sumamos los tres factores antes mencionados: 1) en general no está claro el alcance del término, 2) no es algo que la gente vea de manera positiva y, por último, 3) genera miedo en la población, obtenemos un combo perfecto que hace de dicha palabra la preferida a la hora de intentar manipular la opinión pública a través de campañas mediáticas, las cuales refiriéndose con total liviandad al asunto, confunden y enojan a los destinatarios, sembrando el pánico en la población.
Para empezar a entender qué significa verdaderamente “ajuste”, deberíamos, en mi opinión, tener en claro dos cosas fundamentales. Primero, que el “ajuste” jamás tiene que ver con un mero antojo del gobernante de turno. En la mayoría de las ocasiones tiene un costo político alto para quién gobierna y, por lo tanto, no es algo que le agrade llevar a cabo. Hay que entender que el ajuste, en muchos casos, es una consecuencia inevitable de determinada situación. Podríamos definirlo como una reacción del gobierno, materializada a través de un paquete de medidas, que tiene por objeto restaurar el equilibrio macroeconómico de un país, reorientando la economía hacia un crecimiento sostenido de cara al futuro. Es una necesidad ante desequilibrios económicos graves que deben ser corregidos a la brevedad, para evitar males mayores (hayan sido estas desviaciones causadas por erróneas políticas económicas sostenidas a lo largo del tiempo, por un giro inesperado en el contexto internacional -como los precios de los commodities, crisis en otras partes del globo, guerras, u otros factores externos- o una combinación de ambas). Lo que tiene que quedar claro es que el ajuste no es un capricho ni una forma de hacer política, sino que surge de una necesidad de encaminar la economía.
En segundo lugar, es importante saber que cuando se llega a un descontrol importante de las variables económicas, el ajuste es inevitable. Teniendo esto en cuenta, existen dos posibilidades: llevar adelante un paquete de medidas económicas estudiadas e implementadas por los responsables de turno (dependiendo de los especialistas, algunos se inclinan por el shock, otros por el gradualismo, o bien priorizar determinados problemas por sobre otros), o simplemente esperar que el ajuste se dé en forma retrasada, espontánea y desordenada (estirando la agonía de los agentes económicos).
Podríamos pensar que, si el país fuese un auto, el motor que lo impulsa sería la economía. Como todo vehículo, tras cierto uso después de sacarlo de la agencia, comienzan a escucharse algunos ruidos extraños. Con el pasar de los meses, si no se lo lleva al service y se lo sigue usando normalmente, el ruido del motor se agudizará. Al poco tiempo, comienzan a aparecer algunas fallas de mayor importancia: la dirección nos conduce para uno de los lados, pero el usuario sigue manejando el auto como si nada pasara, negándose a visitar a un mecánico. Más tarde, observamos ya un denso humo negro que sale del caño de escape. Claramente ya no queda más remedio que realizar la visita al taller. El auto corre riesgo de fundirse. Esta visita al taller, con el objetivo de normalizar el funcionamiento del motor, se podría llamar “ajuste”. Evidentemente, no se trata de un capricho, sino de una necesidad (a nadie le gusta gastar dinero en reparaciones mecánicas) y, por el otro lado, todos entendemos que, de no hacerlo a tiempo, es probable que nuestro vehículo en algún momento nos termine dejando varados, nos haga pasar un mal momento y hasta termine fundido (lo que conllevaría mayores gastos de reparación). Desde la aparición de la falla, que se agudiza con el tiempo, el único destino posible para el auto es la indeseada visita al taller para normalizar su funcionamiento. Queda en nosotros si nos queremos organizar y llevarlo al taller lo antes posible, evitando que se termine de romper, o simplemente lo dejamos hasta que falle por completo, con las consecuencias que esto implica.
En nuestro país, la economía tiene grandes problemas. La herencia del gobierno que se va es muy pesada, y el ajuste, le guste a quien le guste, es la condición necesaria para poder salir del pozo y empezar a crecer lo más rápido posible. Entre los problemas heredados encontramos un cepo cambiario ya desarmado exitosamente por la nueva administración; pero siendo la desaparición del mismo una medida acertada y necesaria, no es condición suficiente para volver a crecer. Un índice de pobreza desconocido, el empleo privado estancado, empresas estatales pésimamente administradas, la presión tributaria más alta de los últimos años, una inflación sostenida desde el 2007, economías regionales quebradas, pérdida del autoabastecimiento energético, inmensos subsidios económicos, tarifas pisadas y un déficit fiscal de unos 8 puntos del PBI son algunos de los retos que el flamante gobierno debe afrontar si queremos volver a acoplarnos al mundo. La solución no es mágica; años de profundizar en políticas equivocadas tienen su costo. Pero cuanto antes estemos dispuestos a tomar el rumbo correcto, más rápido veremos los resultados.