Antártida: una radio donde el frío casi no se siente
Carla Fassio y Adriana Martínez nunca se habían sentado frente a un micrófono. Hoy son la dupla radial de la Base Esperanza, en la Antártida.
Cincuenta pasos separan sus casas de la radio. Llegar, sin embargo, no es tarea simple. Treinta y cinco grados bajo cero, hielo hasta las rodillas y un viento que hace doler los huesos. La sensación se desvanece apenas se cruza la puerta de LRA36 Radio Nacional Arcángel San Gabriel. Un “iglú” con micrófono en la Base Esperanza, donde el frío se extingue haciendo aire.
Por onda corta (15475 kilohertz), de lunes a viernes de 15 a 18, el programa «Esperanza al mundo», alcanza oídos hasta de Groenlandia. La buena nueva es que ahora Nacional (AM 870) transmite un fragmento los sábados de 17 a 17.30, por lo que la emisora antártica llega vía amplitud modulada a todo el país.
Las conductoras, dos “manchitas” que en medio del infinito blanco arriban con sus camperas amarillas, jamás habían hecho radio. Carla Fassio (37 años) creció entre La Boca y Parque Patricios y es secretaria de escuela. Martínez (47) nació en Los Polvorines, se crió en Grand Bourg y es sargento del ejército y enfermera. Llegaron en febrero –previo curso breve en el ISER- y desarrollarán su misión a lo largo de un año. Martínez dice que en la Antártida “el frío se ve” y tiene su poética introspectiva: “Te hace estar más adentro. Y más adentro de uno también. Vientos de 100 km por hora y no te acobarda. Es más, querés sentirlo. Sentir su fuerza, qué tan fuerte puede llevarte. Estoy acá sola y tengo todo el tiempo del mundo para pensar. Tal vez no todo el mundo tenga tiempo hoy para eso”.
“Consola, vidrio en el medio, operador, dos micrófonos. Es un estudio normal, pero con dos ventanas que dan al mar. Yo digo que son dos ventanas como portarretratos. Cuando miramos caemos verdaderamente en el lugar en que estamos”, se emociona Fassio, que vive su segunda experiencia en la Antártida. “Estuve en 2010 y creí que no iba a regresar. Por eso cuando volví sentí que nunca me había ido. Uno se enamora de este lugar que va estar en su historia de vida para siempre. Témpanos, fauna, pingüinos, el glaciar congelándose. Tenemos que mirar y guardar todo esto para siempre”.
El trayecto hasta LRA36 había arrancado en El Palomar. Con un avión Hércules el contingente designado viajó hasta Río Gallegos y de allí a la Base Marambio. Apenas el clima lo permitió, llegó el cruce en helicóptero hasta la Base Esperanza.
El ciclo radial arrancó el 6 de marzo, con informativo y bloques que van más allá del tema antártico. Los mensajes no tardaron en explotar. Diexistas (radioaficionados de emisoras lejanas y exóticas) de México, Paraguay, Italia, Alemania, India. “Muchos que no hablan nuestro idioma se las ingenian para hacerse entender”, explica Martínez. Y confiesa que en su vida había escuchado radio. “Soy encargada de quirófano de traumatología y ortopedia y meterme en este mundo me pareció interesante, pero al principio costó. El primer día al aire hice lo que pude dentro de mi pánico. Escribía cada cosa que iba a decir. Es un compromiso grande estar frente a un micrófono y demanda responsabilidad y conocimiento”.
Cincuenta y cinco personas viven hoy en la base (ocho familias, 12 niños en total). Al entretenimiento de las ondas y el éter se suman talleres de folclore y flamenco y hasta un gimnasio. “Las chicas” no cocinan. Un experto se encarga de la dieta equilibrada, de variar verduras enlatadas, con pastas y guisos. “Acá te tenés que olvidar de ser coqueta, de una calza o del pelo en buen estado”, se ríe Martínez, que encontró un refugio justo donde la imagen no tiene valor.