Boca Juniors y barrabravas: un romance trágico
Los hechos ocurridos en la Bombonera hace pocos días ponen nuevamente en el centro de la tormenta el problema de la convivencia social en la Argentina.
Los incidentes ocurridos el jueves pasado en la cancha de Boca Juniors no representan un acontecimiento aislado (o cadena de acontecimientos aislados), sino que se inscriben en una lógica que rige en el país desde hace mucho tiempo, en la cual la fuerza, la extorsión y la intimidación prevalecen por sobre las leyes, normas, reglas y el sentido común más inmediato.
Lo que le sucedió a Boca el jueves 14 del corriente le podría haber sucedido a cualquier otro club de primera división. No hay nada en el ADN Boca Juniors que explique por sí mismo la barbarie a la cual todos nosotros asistimos como espectadores. Nada por lo menos que contraste con el accionar de los simpatizantes de otros clubes argentinos. Dicho en otras palabras, lo que le pasó a Boca le podría haber sucedido a cualquier otra entidad o institución, porque hay algo de raíz que está fallando.
Los consecuencia de esto es que, en lugar de poner la lupa sobre el club Boca Juniors, debemos, para entender la falta de civilización y el apego a la violencia, recurrir a un marco más amplio que abarque a la sociedad y los grupos que operan en ella. Este razonamiento nos lleva a considerar a la sociedad considerada en sus partes o como un todo, tomando así distancia de meras particularidades o eventos aislados, o incluso, de aquellas opiniones que han venido delatando el fanatismo por un club de fútbol (River por sobre Boca).
Ciertamente el problema barra brava es muy repudiable, desde el momento en que las autoridades (nacionales, locales y de los clubes) avalan y, en muchos casos, apoyan activamente su forma de actuar, sus intenciones y sus fines. En muchos casos son funcionales. Cuando dejan de serlo, la excusa para no hacer nada suele ser “solo no podemos”. Pero hay algo que hay que entender: los dirigentes cuando asumen puestos de mando aceptan implícitamente combatir contra las barras porque no hacerlo significaría violar las normas más básicas. No hay margen para dudar, por lo que no hay excusa para que la barra no sea combatida con el peso de la ley. Si esto no se acepta o no se quiera aceptar, entonces las personas en cuestión tendrían que haber pensado mejor su decisión al momento de postularse como dirigentes para presidir un club. El periodismo y la gente en general parecen, por momentos, olvidar esta premisa básica.
La responsabilidad que recae en las autoridades de los clubes (así como también la AFA) no exime de responsabilidad a las autoridades nacionales y locales, como tampoco la Justicia. Todo lo contrario: ellos deben acompañar y COORDINAR las acciones de los clubes en pos de combatir el fenómeno barra brava. Tienen la tarea más importante por hacer.
Sin embargo, como afirmé anteriormente, decir que la violencia en Argentina es consecuencia directa del fenómeno barra brava, es caer en el reduccionismo. Porque todos vemos, cómo cotidianamente, se violan las normas más básicas delante de nuestra cara sin que a nadie le importe demasiado. Incluyendo la policía que debe aplicar la ley.
En el día a día se producen a escala más pequeña irregularidades varias que atentan contra una sociedad ordenada. En la calle, en el tránsito, en la facultad y en el trabajo. Incluso en los estadios, en los lugares donde no se encuentra la barra brava presente(como ocurrió el jueves pasado en la cancha de Boca al retirarse los jugadores del campo de juego).Entonces, el problema no es solo ni principalmente la barra brava, sino fundamentalmente los grupos que la amparan y la sociedad que la trasciende.
La hipótesis más plausible para entender la violencia en aumento en la Argentina es desde mi punto de vista político-social. El desorden político que experimentó la Argentina durante tanto tiempo (algo aparentemente endémico) terminó repercutiendo fuertemente en los diferentes grupos sociales que la integran. El caos se transmitió de arriba hacia abajo. El razonamiento de los violentos podría ser el siguiente: “si las autoridades que deben velar por los intereses del país no actúan dentro de la ley o simplemente la ignoran, entonces no hay razón para que nosotros la consideremos”. Y es posible encontrar razones de peso que, aunque no justifiquen el poco apego a la ley, sí lo pueden explicar: La ley ya no cumple con su papel esencial que es hacer converger las expectativas de las personas para producir resultados colectivos (óptimos o sub-óptimos). En lugar de coordinar las acciones, las tiende a disociar: hay quienes observan la ley y hay quienes se ven insuficientemente comprometidos por ella. Aquellos que ven en la ley una obligación, dejan de percibir con claridad las consecuencias negativas de no cumplirla producto de su falta de cumplimiento y a que los mecanismos sancionatorios se diluyen. Los potencias beneficios (como gozar de servicios públicos de calidad) también desaparecen en este contexto.
El resultado es que la sociedad se divide, la confianza se retrae y la posibilidad de construcción social se resiente. No hay salida para este estado, salvo que <alguien o algo> pueda revertir esta situación, que logre a unir a las partes y refuerce su interacción.
Concluyo que una salida de este estado general en que nos encontramos requiere, como condición necesaria pero no suficiente, nuevos líderes políticos con nuevos valores que fomenten la educación, la cultura y remarquen la importancia de la convivencia social en la Argentina. A lo que le agregaría una fuerte decisión política y voluntad para actuar.
El trabajo será largo, pero si empezamos hoy mismo, la satisfacción de haber hecho algo nos ahorrará, creo, el pesimismo, la apatía y el desánimo que suelen acompañar acontecimientos como el jueves pasado, en los que la anomia, la violencia, el caos y la falta de sentido común parecen socavar nuestro sueños de ver una Argentina con reglas claras, de pie y esperanzada. En pocas palabras, una Argentina con futuro.
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