Cantelmi y otro comentario errado de la Yihad
Marcelo Cantelmi, el jefe de política internacional del diario Clarín, nuevamente ha opinado acerca del Estado Islámico (ISIS). Para ir al grano, desde mi lugar ya había criticado al reconocido periodista por plantear lo que a mi criterio es una visión ilusa e inocente acerca del yihadismo. En noviembre, Cantelmi argüía en su columna de Clarín que el ISIS no tenía nada de “islámico”; y que el islam es un componente mítico y fabulesco, dentro de la amenaza terrorista que representa dicho grupo.
En mi tribuna, a modo de retruque, aprovechaba la ocasión para dejar ver la incongruencia de esta conducta intelectualmente deshonesta. Postulaba que el jefe de exteriores de uno de los principales periódicos argentinos debería leer más libros de Historia y menos artículos de internet. Con una mirada superficial del asunto, Cantelmi les decía a sus lectores que los intereses de los yihadistas son terrenales, y no así religiosos. Para dar autoridad a su comentario, el periodista –quien por cierto también es docente en periodismo– citaba que el ISIS se aparta del ejemplo de Mahoma, porque mientras “para esta banda asesinar a sus prisioneros es una rutina”, “Mahoma mató a solo dos y liberó a 6347”.
Al leer a Cantelmi, lo religioso parece representar una abstracción sin mucho sentido como factor explicativo. En mi opinión, esta sentencia, si es que en efecto así la piensa Cantelmi, no podría estar más alejado de la realidad. Acaso reflejando la máxima del materialismo dialéctico –que la ideología tiene su base en las condiciones materiales de la vida– el periodista cae en lo grotesco de buscar explicar al ISIS desde el marxismo. Y nuevamente, en su columna más reciente, este formador de opinión insiste en sobreponer supuestos intereses geopolíticos a ideología, como si la religión fuera una mera fachada para la muchachada, para el circo. Por ello, si se me permite la expresión, habemus otro comentario despistado, de este cronista desorientado.
Cantelmi escribe esta vez la desopilante noción que la islamofobia (o el racismo) del establecimiento político de Occidente, se comporta como un igual al extremismo yihadista. Sugiere que la militancia cristiana de tipos como Ted Cruz, o las posturas antimigración moldeadas a la estirpe del Front national francés, se equiparan de algún modo con la violencia terrorista (explicita, no hace falta aclarar) de los grupos islámicos radicales.
¿Realmente está es la opinión calificada de tan conocido analista? Para él, en definitiva, nos encontramos frente a dos formas de neofascismo. Por más reprochable que puedan resultar las palabras de Donald Trump, para Cantelmi estas se hacen potencialmente tan dañinas o asesinas como los dictamines del supuesto califa Abu Bakr al-Baghdadi. En suma, Cantelmi establece que ambos neofascismos se retroalimentan el uno con el otro.
En rigor, detrás de su apariencia de letrado, Cantelmi está banalizando el extremismo islámico. Lisa y llanamente, está deteriorando el debate académico con analogías superfluas propias de un parlero de bar. Como resultado, este informador desinforma a sus lectores, alegando que “el pensamiento estrecho y nacionalista que naturaliza la discriminación” explica la razón detrás de los atentados que sacudieron a Europa.
A su crédito, Cantelmi sí tiene razón al plantear que los terroristas que atacaron Bruselas y París son jóvenes desencantados con la vida, “exconvictos por robos o tráficos de drogras”. “Lúmpenes que pueden acabar en una pandilla callejera o bajo la bandera de una organización terrorista que funciona como familia sustituta y vehículo para canalizar el rencor”. Ahora bien, en base a esto, el periodista alega que el ISIS es básicamente una banda criminal, un contingente de desquiciados que cometen excesos, en parte como resultado de esta retroalimentación entre odios polarizadores, pero similares.
En nuestra coyuntura latinoamericana los robos y el narcotráfico también están presentes sombreando nuestra cotidianidad, y, aún así, no vemos yihadistas en nuestras calles. Aunque existen en el continente chicos tan desencantados o marginalizados como en Europa, los criminales latinoamericanos no parecen estar muy dispuestos a inmolarse por la religión, o, al caso, listos para matar a decenas de personas sin ningún motivo aparente. Si mi tribuna fuera un teatro de lo absurdo, podríamos decir que “nuestros criminales” son más nobles. Se dedican a lo suyo, y aspiran a ganarse la vida como malhechores y nada más. Es decir, no se autoengañan con fantasías abstractas, con cortinas de humo salidas de la nada.
Para Cantelmi, tan inocuo es el extremismo islámico, tan poco consistente con el islam per se, que el hecho de que en 2015 murieran más de 27.500 personas con motivo del radicalismo musulmán no cambia nada. Tampoco pesan sobre sus conclusiones las 5200 personas que en lo que va de este año, fueron asesinadas por estas bandas de “fanáticos y enormes contingentes de mercenarios”. Por cuanta trayectoria tenga el periodista, al fin y al cabo, insiste en que semejantes delincuentes no tienen conexión con el islam.
Si la religión y la ideología son factores así de indeterminados en la psicología del terrorista, los analistas con vocación académica todavía esperamos dar en el clavo, para recién ahí poder explicar qué hace que una persona esté dispuesta a ir tan lejos como para sacrificar su propia vida, a cambio de promesas abstractas.
Tal como lo muestra la investigación de Anna Geifman, en términos psicosociales, a los efectos prácticos, las ideologías totalitarias y el radicalismo islámico de nuestros días se asemejan en una cosa muy importante que Cantelmi ignora. Las condiciones sociales y económicas no son determinantes a la hora de explicar lo que pasa por la cabeza de un joven dispuesto a inmolarse, por odiarse a sí mismo tanto como odia a la propia vida.
El extremismo, sea en una matiz religiosa o ideológica, lo libera a uno de la carga de encontrar una razón de ser. Todas las respuestas vienen dadas por el movimiento, el partido o el credo. Todo tiene un sentido arraigado en una interpretación del universo o de la Historia, y el papel del individuo –que no sabe cómo interpretar su propia existencia– queda relegado a obedecer órdenes o mandamientos (supuestamente) predestinados para redimir el hecho de haber nacido, para dar un cauce de trascendencia a su misma mortalidad.
Toda posición totalitaria dirá que antes que escaparse de ella, el hombre tiene que abrazar su propia finitud, y aprovechar su capacidad de autodestrucción para acrecentar la virtud de eso que en el psicoanálisis se conoce como el “Gran Otro”, lo externo y abstracto; sea el movimiento colectivo, la nación, o la Umma (comunidad) islámica. En la búsqueda de una utopía, cada plataforma totalitaria insiste en que la destrucción antecede virtualmente a cualquier proyecto de construcción. Lo mismo puede ser dicho del Estado Islámico.
Por si no hubiera quedado claro, cabría preguntarse lo siguiente: ¿por qué musulmanes europeos, criados dentro de todo en sociedades liberales, con relativas comodidades como beneficios y prestaciones sociales, estarían dispuestos a atentar contra sus países? La noción de Cantelmi de que el odio yihadista es el resultado retroalimentado del racismo convencional, y de la marginalización que estriba de la delincuencia tradicional, es sin lugar a dudas una payasada; y lamentablemente, gracias a formadores como él, es contada y vuelta a contar.
El yihadismo no nace gracias a la búsqueda redentora de los inadaptados procedentes de los banlieues (suburbios) belgas o franceses. Más bien es al revés. Los jóvenes musulmanes de la llamada periferia “renacen” como radicales como consecuencia de las enseñanzas dogmáticas del wahabismo, más llamativas, y más grandilocuentes, en los momentos de mayor ostracismo y desesperación. No es casualidad que las prisiones se han convertido en un caldo de cultivo de extremistas. Pero, a diferencia de lo que diría Cantelmi, el radicalismo islámico no es una consecuencia del racismo europeo. Los Estados conservadores del Golfo, y sobre todo Arabia Saudita, han estado difundiendo alrededor del globo tales enseñanzas fundamentalistas a lo largo de décadas. Dicho de otro modo –señor Cantelmi– el yihadismo antecede al jingoísmo de Donald Trump, Marine Le Pen y compañía.
Cantelmi, la religión no es una cortina de humo
Vaya si la ideología es importante, que estos ladrones fanáticos vomitan la misma idea de ser europeos. Son lo que Ian Buruma y Avishai Margalit denominan “occidentalistas”, personas que odian la esencia occidental. Detestan a sus países, y al multiculturalismo que paradójicamente le abrió las puertas a sus padres y abuelos. Y, como señalan los autores, en contraste con otros proyectos totalitarios, el occidentalismo islámico “tiende a proyectarse, mucho más que cualquiera de sus variantes seculares, en términos maniqueos, como una guerra santa que se libra contra la idea de un mail absoluto”.
Cantelmi, que desconoce estas cuestiones, puesto que quizás no se ha tomado el trabajo de estudiarlas, sugiere en cambio que la religión ocupa un papel marginal en la disputa de Medio Oriente. Por este motivo, termina llegando a la conclusión simplista (algo propia de un entusiasta en conspiraciones) de que el ISIS en realidad esconde un hilo conductor geopolítico; que los países de la región “apuestan a la actividad de estos monstruos como ejércitos de su batalla”.
Si bien es evidente que el Estado Islámico tiene un rol geopolítico, particularmente en lo relacionado a los apoyos provistos desde el campo sunita, en realidad, contrario a lo que concede el periodista, el conflicto no necesariamente es enteramente político. Más allá de que, en virtud de la lógica “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, el ISIS fuera aprovechado informalmente para mermar el poderío del régimen sirio, Irán, y las aspiraciones kurdas, en resumen, el poder blando de la religión esconde una atracción demasiado importante como para ser obviada de la ecuación.
Cantelmi supone descabellado adjudicarle peso a la religión como uno de los motores de las relaciones internacionales. Quizás haría bien en leer un poco de Historia. El hecho de que en Argentina o en Europa, por lo menos entre la mayoría cristiana, el dominio religioso haya pasado al ámbito privado, no implica que el mundo islámico haya tenido la misma experiencia. Con toda honestidad, Cantelmi es sin lugar a dudas un periodista de carrera y un profesional acreditado. Sin embargo, en lo que respecta a Medio Oriente, al final de cuentas es un charlatán.