Alberto Fernández en una encrucijada con el capital

Juan y Eva Perón

Las visibles y profundas consecuencias económicas derivadas de la crisis del Coronavirus ha puesto en discusión cómo abordar y ejecutar las mejores políticas luego de pasada la cuarentena. Tras el largo parate de varios sectores con la consiguiente muy fuerte baja en la producción y actividad comercial no se muestra evidencia de cuán rápidamente retomarán sus niveles previos de oferta y demanda.

Particularmente, nos encontramos frente a una situación aún más compleja: la larga extensión de la cuarentena hará caer la economía más que el promedio regional y mundial. El interrogante es cómo se sale y retoma el crecimiento lo más rápido posible.

El país se encuentra renegociando su deuda, sin acceso al crédito, sin ahorros, junto a un alto déficit y que este año se proyecta en cifras similares a los reflejados en anteriores años de fuertes crisis. Esto es, la Argentina no posee ni tendrá en el mediano plazo recursos suficientes para hacer crecer la economía a niveles previos a la situación del COVID 19.

Frente a esta realidad, la propuesta del Gobierno es buscar recaudar dinero vía un
impuesto de emergencia a las altas riquezas y, a futuro, con una reforma tributaria de
carácter “progresiva”. Las fuertes consecuencias en el impacto recaudatorio y los niveles
de gasto público del 2020 serán parcialmente cubiertos con una suba de impuestos.

Es decir, con un escenario en donde las empresas irán retomando paulatinamente sus niveles de actividad, siendo a su vez el trabajo afectado por cambios en los patrones de consumo de las familias, el gobierno presume que tampoco podrá aumentar mucho los niveles de demanda para compensar del todo la caída de la actividad.

Asimismo, varias líneas internas de la coalición oficial propician discursos contra el empresariado, hablan de “fugas de capitales” en base a conceptos erróneos, y a ello se suma las ideas de “quedarse con acciones de empresas” que recibieron ayuda estatal, o el reciente proyecto sobre la cerealera Vicentin.

Lo que se observa entonces es una gama de acciones y discursos que buscan soluciones tendientes a ahuyentar las potenciales inversiones que el país necesita para crecer. Porque sin recursos públicos ni crédito interno y externo, sin un sistema de crédito fluido, con un sector privado ahogado impositivamente y que deberá incurrir en mayores costos de producción, ¿de dónde provendrá el dinero para reactivar la economía?

Dentro de las pocas opciones existentes, hay una que no es novedosa, pero se encuentra ausente en la agenda: Atraer el capital. Aunque se crea lo contrario, la Argentina registra una posición internacional acreedora neta. ¿Cómo es eso? Si, efectivamente los activos del país en moneda extranjera son superiores a sus pasivos (la deuda externa).

Es decir, hay capital disponible de ser invertido pero que es ahorrado en el exterior o, en lenguaje directo, guardado debajo del colchón. En los últimos dos gobiernos, los argentinos atesoraron unos USS 100.000 millones, un 25% de nuestro PBI. Los recursos están disponibles. ¿Cómo hacer entonces para que una parte retorne?

El gobierno, en vez de confrontar con el capital, debería ejecutar una política que atraiga recursos que hoy no son invertidos en el país. Buscar mecanismos de exenciones fiscales, junto a futuras reducciones impositivas para quienes inviertan en actividades productivas. También, promover ello en quienes poseen excedentes dentro del país, ofreciendo alternativas de ahorros y rentas que contribuyan al financiamiento de las empresas.

No se trata únicamente de poner un impuesto a la riqueza, que de hecho ya existe, en base a un discurso señalador de culpabilidades. Hay países, muy capitalistas por cierto, que tributan sobre las ganancias de capital incluso más que la Argentina. Pero claro, son economías que funcionan con reglas estables y previsibles, cuyos niveles de riqueza y tamaño del mercado de capitales genera los flujos que permiten esa tributación.

Quizás se podría proponer un aporte de emergencia. Pero ofreciendo opciones de inversión pública transparente dirigida a promocionar actividad productiva con un régimen de futuros beneficios fiscales, y no a financiar la costosa burocracia estatal. En síntesis, atraer la riqueza para generar riqueza.

El peronismo siempre buscó acercarse al capital para mover la economía. Lo hizo Perón tras sus primeros años cuando tuvo que dar más rentabilidad al campo o promover la inversión extranjera. Lo hizo Menem con las privatizaciones y la apertura económica. Hasta lo hicieron Duhalde y Kirchner mejorando la rentabilidad empresaria bajando sus deudas y costos laborales.

Actualmente, las restricciones económicas heredadas y las recibidas por la crisis del Coronavirus, agravadas con su extensa cuarentena, tendrán un impacto muy fuerte y que visualiza una difícil recuperación. No agreguemos más elementos de incertidumbre ni propuestas que harán más dificultosa la salida. Busquemos ideas y opciones que, más que combatir al capital -con poco resultado por cierto- lo acerquen y atraigan para mejorar en serio nuestras perspectivas a futuro. ¿O solamente a Uruguay se le ocurre hacerlo?

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