Construyendo un bipartidismo de hecho.
A lo largo de nuestra historia y de las democracias del mundo se van construyendo mecanismos para legitimar el poder de las urnas. El crecimiento de las poblaciones y de los sistemas de repartición del poder encuentran cada vez más escollos a la hora de ser verdaderamente representativos. Nuestro país construyó durante el siglo xx dos grandes partidos políticos: el centenario partido Radical y el justicialismo.
El radicalismo absorbió a lo largo de su historia a un sector más progresista que desde su discurso reivindicó a las clases medias y al ascenso social, y también incorporó a un sector más conservador desde las ideas pero con prácticas un tanto más republicanas que las habituales de la década infame. El peronismo por su parte tomó prestado del partido conservador los mecanismos más cuestionados, relacionados con el clásico aparato del estado y lo unió con los sentimientos y necesidades de los sectores más populares generando una relación tirante pero efectiva entre el capital y el trabajo; transformándose en un movimiento popular que alejó los fantasmas del comunismo que por ese entonces inquietaba al establishment.
Todo éste proceso de construcción de los partidos políticos mayoritarios necesitó de extensas negociaciones; cada una de éstas agrupaciones debatió puertas para adentro sus diferencias internas para elaborar propuestas conjuntas. El peronismo tuvo un desafío más grande luego de la muerte de Juan Perón, ya que si bien la situación siempre estaba al límite, la decisión de Perón se respetaba a sangre y fuego. El radicalismo en tanto, siempre tuvo un debate mucho más sincero y menos personalista aunque por momentos las diferencias se hacían insalvables.
En 2015, se juega una elección presidencial que lograr reunir al electorado en dos grandes grupos, aquellos que proclaman que los ciudadanos no necesitan un padre mesiánico sino una gestión que vaya por el fortalecimiento de la república, la planificación económica a largo plazo, la resolución más eficaz de los problemas, la división de poderes y que necesitan demostrar de una vez por todas que se puede gobernar sin el látigo y la billetera central. Por otro lado el grupo que viene demostrando que caminar por la cornisa no le sienta tan mal, que está convencido que ha reivindicado los derechos a un sector muy importante de la población, que ha aportado desde su concepción (equivocada o no) a la igualdad de los ciudadanos, que promueve un país regulado por un estado paternalista cómo herramienta de intervención en todos los ámbitos de la realidad nacional.
Está claro que el país vuelve a tener un bipartidismo, pero ésta vez sin partidos políticos, sin pertenencias en lo simbólico pero sí en los hechos; el electorado tendrá tarde o temprano que decidir entre uno u otro de éstos virtuales partidos. En éste caso Daniel Scioli representa uno de ellos y Mauricio Macri estará posiblemente en el otro rincón. Ya no están los partidos respaldando sus fórmulas con millones de afiliados por detrás, ni siquiera los candidatos son conscientes de éste nuevo esquema de poder. Lo cierto es que en la argentina del siglo XXI el bipartidismo se construye de hecho, primero en las urnas, y luego en el ruedo.