Deshumanizar al oponente

Presidente de Estados Unidos, Donald Trump
Mirando desde Argentina, la tensión entre los grupos pro y anti Trump puede parecer ciencia ficción. Sin embargo, los enredos de la vida pública estadounidense poseen puntos en común y hasta vasos comunicantes con nuestro país. Incluso, se asientan en un mismo y resbaladizo territorio: ¿cómo se alimentan los diferentes públicos que conforman las esferas de opinión pública en pugna? Veamos.
Hace tiempo que los movimientos conocidos como Social Justice Warriors (SJW, “guerreros por la justicia social”) vienen desarrollando músculo y fuerza, principalmente, en la costa oeste de EE.UU. Sin embargo, cuando el 12 agosto de 2017 en Charlottesville (Virginia) un conductor atropelló a manifestantes anti supremacistas blancos se desencadenó una serie de acontecimientos que produjeron una imbricación cada vez más dinámica y compleja entre éstos y los grupos anti fascistas (ANTIFA).
Estos movimientos se pronunciaron – legítimamente- contra la candidatura de Trump, para luego convertirse en acérrimos críticos de sus políticas. Hasta aquí nada nuevo. Sin embargo, el asunto comenzó a tener otros ribetes cuando apareció el famoso meme NPC. El acrónimo NPC (Non-playable character) es usado en el argot de los videos juegos para caracterizar a una figura que no se puede controlar por sí misma.
Surgido de manera anónima en la red en julio de 2016, se comenzó a popularizar ese mismo año por medio del personaje Wojak y de allí los jóvenes lo usan en forma genérica, para designar irónicamente, parodias incluidas, a las personas que siguen y repiten discursos relacionados con la izquierda o progresistas en general (liberals en el contexto estadounidense). Los defensores de Trump comenzaron a utilizar el slogan OrangeManBad para difundir de manera irónica los famosos NPC Wojak. Twitter y Reddit se volvieron hervideros.
Sintetizando brutalmente, los movimientos SJW no sólo defienden el costado pasional y sentimental de la actividad política, sino que, además, para ellos, la política se transforma en una cuestión, ante todo, personal e íntima: involucra el cuerpo. Lo más propio (el cuerpo) está atravesado por la política, a la vez que la penetra. Los diferentes grupos ANTIFA coinciden en un punto, que expresan así: donde estén los fascistas, allí iremos a callarlos.
Por ende, si los famosos memes NPC que dominaron la escena pública estos años caracterizan a los progresistas como entes sin pensamiento, la respuesta de éstos es que la ironía llegó a un punto inaceptable: la deshumanización del oponente. Esto termina por reforzar sus convicciones sobre el involucramiento del cuerpo en la política y la consideración de fascistas a todos aquellos que no lo hacen del mismo modo. En definitiva, el espacio público se vuelve un cuerpo sobre otro, casi como en el origen de la ciudad griega.
En todo este asunto salta a la luz algo obvio, pero no necesariamente comprensible al gran público. Todos intuimos que la inteligencia artificial, sobre todo por medio de los algoritmos que usan las redes sociales, adquiere un rol cada vez más relevante en la estructuración de la opinión pública. Cambridge Analytica y el supuesto affaire de los espías rusos han provocado una alerta en la opinión publicada, pero también lo hizo Twitter al mostrar la capacidad que tiene para silenciar (eliminando algunos tweets) al presidente de EE.UU. -hay que recordar que Twitter promueve una política en contra de la deshumanización del oponente.
Todos intuimos que detrás de los algoritmos ya hay una especie de algocracia que no rinde cuentas a la ciudadanía, aunque el gran público especula conspirativamente sobre los intereses a los que sirve. Este estado de convulsión y confusión no ayuda a la democracia, aunque todos reconocemos que la está transformando.
Ahora bien. Alrededor del problema de los memes NPC y la deshumanización hay, también, algo que es comprensible, pero estamos empecinados en convertirlo en esotérico, así como cuando se enturbian las aguas para hacerlas parecer más profundas. Podría expresarlo así: todos los ciudadanos percibimos en mayor o en menor grado que la cultura democrática se está deteriorando, pero en vez de concentrarnos en lo más obvio, preferimos adentrarnos en terrenos más especulativos y complejos. Está claro que hay una dosis altísima de hipocresía respecto del discurso de la democracia digital, pero, en vez de atacar ese valor, nos concentramos en develar intríngulis mil veces más complejos y laberínticos. Eso nos paraliza.
Después de todo, ¿qué es lo que está en juego? Tanto en EE.UU como aquí, vivir en desacuerdo significa de alguna forma vivir una vida indiferente. Convivir con el desacuerdo no tiene que ver sólo con la tolerancia, sino con no intentar extrapolar nuestras más profundas creencias (visiones comprensivas acerca del bien) a la esfera pública. Vivir en democracia es vivir una vida con creencias suficientes para poder vivir en desacuerdo. El desacuerdo no puede obstaculizar la vida compartida, el mundo desigual. Los que llevan sus más profundas creencias a la esfera pública, no sólo no pueden ser indiferentes, sino que, además, obligan a los otros a ser iguales. ¿Qué es lo que estamos perdiendo? Estamos perdiendo la cultura democrática. Las reservas y la velocidad nos indicarán no lo que vendrá, sino el tiempo que nos queda para actuar como buenos demócratas que se supone que somos.