La educación argentina en crisis
La educación es considerada una de las cuatro patas de la mesa que sostiene a un país. La formación de un colegio o una universidad nos permite prepararnos poco a poco para la vida que nos vayamos a enfrentar en un futuro, abriendo la gama de posibilidades de encontrar nuestra vocación, además de obtener un empleo y un sueldo que nos permita vivir dignamente durante nuestra vida.
Si nos situamos en Argentina, es suficiente con leer los diarios o algunas estadísticas para darse cuenta de que la situación actual de la educación es grave y preocupante. La pesadilla comienza desde los primeros años de vida, donde casi no hay jardines maternales para los dos millones de niños que habitan en el país. Según datos de la Dirección Nacional de Información y Evaluación de Calidad Educativa , hay provincias, como La Pampa, que no tienen ni un solo jardín maternal. Catamarca tiene 1. San Luis, 2, que son del sector privado quien busca suplir lo que el Estado no hace. Tucumán, 4, para un total de 78.316 niños. Córdoba, tan sólo 27. Si bien en años anteriores esto no era un gran problema, ahora cada vez más y más mujeres trabajan y el no poder dejar a sus hijos en un jardín, es un impedimento para ellas.
En el siglo XX, se creía que la educación formal debía comenzar en preescolar, pero estudios de las Universidades de neurociencias más importantes del mundo y Unicef han demostrado que los primeros tres años de vida de un niño son críticos en su desarrollo cognitivo.
En el 2007, por iniciativa del estado, se sancionó la ley 26.233, conocida como Alicia Kirchner, donde se incentivó la creación de centros infantiles. Ustedes dirán, ¿en buena hora no? Lamento comunicarles que no es tan bueno como piensan. Los establecimientos son supervisados por Desarrollo Social y no por el Ministerio de Educación como debería ser. Es decir, asisten a chicos pobres pero no tienen pedagogía ni una docente a cargo del aula. Si bien no podemos asegurar que por estar a cargo del ministerio, esto sea mejor, se supone que es lo lógico.
En el caso de la educación primaria, los problemas rebalsan y el gobierno argentino sólo intenta poner parches para resolverlos. Un caso llamativo fue la Resolución 1057/14 que el gobierno bonaerense decretó el año pasado, en virtud del cual anula los aplazos (Nota insuficiente para aprobar un examen) y por lo tanto la repitencia de grado, ya que considera que estigmatiza y trauma a los alumnos. La ex ministra de Educación y consultora de la Unesco, Ines Aguerrondo, dijo: «Es un facilismo sacar sólo los aplazos como medida reparadora para que el chico aprenda mejor, porque lo que ocurre en la práctica es que se está dejando al chico sin enseñarle nada».
A medida que avanzamos en los niveles educativos, la situación se torna más perturbadora. Según el Programa de Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés) que analiza el rendimiento de los alumnos de 15 años en asignaturas como matemática, comprensión de lectura y ciencia, a partir de unas pruebas a las que fueron sometidos 510.000 escolares de los 65 países (34 miembros de la OCDE y en 31 naciones asociadas), que representan el 80% de la población mundial. En el 2013, Argentina se ubicó en la posición número 60 sobre 65 países. Es decir, que el 52% de los adolescentes argentinos de 15 años no comprenden lo que leen. Como si no fuera suficiente, según las últimas estadísticas del Ministerio de Educación, solo el 56% de los chicos terminan el secundario y sólo lo completan en tiempo y forma el 44 %.
Por último, llegamos al nivel de estudios superiores, universitarios o carreras de grado. Aquí se supone que luego de una buena base escolar, los alumnos reforzarán conceptos y dedicarán horas de estudio a materias especializadas a la carrera que cada uno de ellos desea seguir. Pero poco de esto ocurre. Extraigo un texto del Diario La Nación que relata la situación frustrante de un alumno universitario: “Stefan Krailing se anotó en la carrera de Geología en 2009, cuando terminó el secundario. Nunca se había llevado una materia en el colegio y estaba muy entusiasmado con las posibilidades tanto de estudiar como de trabajar de geólogo en el futuro. Sin embargo, después de intentar avanzar en la carrera durante tres años, tuvo que abandonar”.
«Ingresé en la carrera sin saber estudiar y con . Tuve que contratarme un profesor particular para que me ayudara con las materias exactas, y de todas formas no las pude aprobar. Insistí durante tres años, pero llegó un momento en que trabajaba en un call center, cursaba en la facultad e iba a clases particulares, y así y todo no me iba bien. Se me hizo insostenible y después de tres años tuve que abandonar» dijo Stefan casi decepcionado.
Según el Centro de Estudios de la Educación Argentina (CEA) de la Universidad de Belgrano, de cada 100 estudiantes que empiezan a estudiar en la facultad solo 27 logran graduarse. Siendo más específicos, el estudio revela que en las universidades públicas solo 23 alumnos de cada 100 logran terminar. Mientras que en las privadas el número asciende a 40.
Según el Centro de Estudios, Argentina tiene una de las tasas más bajas de graduados en relación con otros países latinoamericanos. En Brasil se gradúan en promedio 50 de cada 100 ingresantes y en Chile, 59. Las diferencias son más notorias cuando comparamos con otras naciones, por ejemplo Japón (91), Dinamarca (81), Rusia y Reino Unido (79), Canadá (75), Suecia (69), Francia (67) y México (61).
Además, podemos dar el ejemplo del Ciclo Básico Común (CBC) de la Universidad de Buenos Aires, donde alrededor de un 40% de los alumnos abandonan la carrera en esta instancia. Esto es llamativo porque es un año de preparación para la universidad, por lo tanto o les resulta muy difícil o no se encuentran motivados, algo grave.
A niveles generales, Argentina ocupa el puesto número 7 respecto de su calidad educativa en la región. Y de forma tristemente graciosa, más del 15% de los jóvenes argentinos integran el grupo denominado: “ni, ni”. Este grupo está compuesto por lo que NI estudian Ni trabajan, es decir, se encuentran en un estado de inercia, perdiendo oportunidades.
Con respecto a la inversión que destina la Argentina en educación, podemos decir que el país presidido por Cristina Fernández de Kirchner destina menos del 6% del PBI. SI bien muchos gobernantes desmienten esta cifra y dan una mayor, expertos de la Universidad de DI Tella y San Andrés, lo confirman demostrando que el INDEC cambió la forma de medir el PBI, tomando en cuenta la inflación que hubo desde el año 2004 (nuevo año base de la medición) en adelante.
Para que este dato no quede en el aire, es necesario compararlo contra la inversión en los países con los mejores sistemas educativos del mundo. Veamos: Dinamarca invierte el 8% de su PBI, lo sigue Finlandia quien destina el 7,70% y en séptimo lugar se encuentra Estados Unidos que lo hace con el 7,30%. Esto es un poco extraño, ya que la inversión argentina es parecida con respecto a estos países, por lo tanto, debemos hablar de mala inversión o malversación de fondos por partes del Estado.
¿Qué es lo que hacen los demás países en educación para que ésta sea mejor? Recordemos que EE.UU tiene las mejores universidades del mundo, y éstas son privadas. También hay que pensar en la ineficiencia del gasto público (usualmente muchos recursos públicos se pierden, ya sea por corrupción como por mal empleo, lo que no sucede tanto en administraciones privadas porque hay una responsabilidad mayor por ser dinero propio).
Para concluir, sobran argumentos para ver las fallas que hay en la educación argentina y seria hora que las iniciativas y los fondos privados tengan más participación en esta.
La falta de educación nos transforma en ignorantes y es ello lo que hace más fácil la tarea de manejarnos y gobernarnos a su gusto.