El 19F y los límites de la tolerancia
El miércoles 19 de Febrero último se dieron en plazas de todo el país, distintas marchas en favor de la legalización del aborto legal, seguro y gratuito.
Cabe destacar que apoyo dicha legalización, pero aquí no está en discusión eso, sino el hecho que en el escenario de la marcha central en el Congreso de la Nación, contaban con presencia de diputados y diputadas de la Nación, mientras la pequeña multitud que se había juntado, se manifestaba en términos incitatorios a la violencia pública.
En el escenario estaban el ex diputado nacional Daniel Lipovetzky, las diputadas de Juntos por el Cambio Karina Banfi, Josefina Mendoza, Brenda Austin, Carla Carrizo, Silvia Lospennato; por el Frente de Todos estaban Mónica Macha, Araceli Ferreyra y por el Frente de Izquierda, Romina Del Plá.
Más tarde, ante la viralización de este video, surgió la indignación pública para con las diputadas que aparecen arengando a la multitud en términos de «cortar rutas» y «quemar la Catedral» en caso que no se apruebe el proyecto de legalización. Es difícil apreciar la incomodidad que dice haber tenido la diputada Lospennato.
Nobleza obliga, la diputada admite que se tendría que haber bajado del escenario ante ese canto.
En mi opinión, sin dudas tendría que haberse bajado del escenario y llamar a la calma en su calidad de diputada nacional. Lo cierto es que no hizo nada de eso.
El filósofo austríaco Karl Popper, en la Paradoja de la Tolerancia nos explica que algunas personas confunden libertad de expresión con tolerancia irrestricta y acusan a aquel que pone límites a una agresión o incitación, de carecer de espíritu democrático.
«La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia. Con este planteamiento no queremos, significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición seria, por cierto, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, acusándolos de engañosos, y que les enseñen a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución, de la misma manera que en el caso de la incitación al homicidio, al secuestro o al tráfico de esclavos.»
En este punto es importante remarcar que la sociedad, a través de sus órganos de poder, o sea, los tres poderes del estado son los que deben prohibir a los intolerantes. Así se expresa Popper:
«Pueden sortearse fácilmente todas estas paradojas si se formulan las exigencias políticas … de la manera siguiente: debemos exigir un gobierno que se rija de acuerdo con los principios del igualitarismo y del proteccionismo; que tolere a todos aquellos que se sientan dispuestos a la reciprocidad, es decir, que sean tolerantes; que sea controlado por el pueblo y que responda a éste, y cabría agregar que cierto tipo de voto mayoritario —junto con determinadas instituciones destinadas a mantener bien informado al público— constituye el mejor medio, si bien no siempre infalible, para controlar a dicho gobierno.»
Más adelante, el filósofo explica que el intolerante no es aquel que simplemente se nos expresa en contra de nuestros argumentos en forma igualmente argumentativa, sino que es aquel que apela a los puños y a la violencia como último argumento. Así se expresa Popper:
«… la gran tradición del racionalismo occidental es librar nuestras batallas con palabras en lugar de con armas. Es por eso que nuestra civilización occidental es esencialmente pluralista y, también es por eso, que fines socialmente monolíticos significarían la muerte de la libertad; de la libertad de pensamiento, de la libre búsqueda de la verdad, y, con ello, de la racionalidad y la dignidad del hombre…»
Está claro que las diputadas que estuvieron en ese escenario, arengando ese canto, se vieron envueltos en esa intoleracia e incitación a la violencia frente al Congreso Nacional. Y sea cual sea lo que hayan pensado hacer, lo cierto es que se quedaron en el escenario.
Cualquier persona que haya asistido a un estadio de fútbol con asiduidad, se vio en algún momento, en la situación de tener que avalar las acciones de la barra brava a través de los cánticos. La lógica es la misma. Ante incitaciones a la violencia pública, hay que manifestarse clara y contundentemente que pongan fin a tales acciones. De la violencia de palabra a la violencia física, hay un sólo paso.
Para cerrar, quiero dejar en claro que estos son momentos donde la libertad de expresión se ve claramente amenazada desde distintos sectores que piden una tolerancia que ellos mismos no tienen con los que les critican. No hay que dar cabida a esos intolerantes violentos, pero siempre dentro de la ley y las instituciones de la sociedad civil.
No es buen ejemplo para nadie ver a diputados de la Nación, arengando cánticos violentos. La historia jamás termina bien cuando eso pasa.