El Congreso argentino, un ring de boxeo
Los medios de comunicación estadounidenses se encuentran ciertamente hipnotizados por la pelea visible al interior del Partido Republicano, con motivo de la elección del nuevo speaker de la Cámara de Representantes.
Una vez concluida la visita papal a diversas ciudades del país norteamericano, John Boehner anunció que, a fines de octubre, se hará efectiva su dimisión al cargo de presidente del Congreso.
El primer candidato a sucederlo fue Kevin McCarthy, quien aspiraba a alcanzar el voto unánime de la bancada republicana, la cual posee 245 miembros, más de los necesarios para nombrar a un nuevo portavoz. Sin embargo, el postulante se encontró con la resistencia del ala más conservadora a aceptar la nominación de un moderado.
McCarthy decidió retirarse de la pelea y, actualmente, todas las miradas apuntan a Paul Ryan, único miembro del Congreso capaz de hacer que la oposición elija un speaker sin necesidad de previo acuerdo con los demócratas.
Tal vez, quien lea este artículo considere que la anécdota anterior está muy lejos de repetirse en la arena política argentina, ya que el Partido Justicialista (PJ) ocupa un lugar predominante dentro de un esquema institucional donde todas las órdenes surgidas en Balcarce 50 son aceptadas de forma irrestricta.
Pensar ello sería un grave error.
Es cierto que, desde hace catorce años, el PJ impone siempre a sus candidatos presidenciales, gobierna gran número de provincias y domina el Congreso. Asimismo, de cara a los próximos comicios generales, hay grandes chances de que la situación se repita si Daniel Scioli es electo presidente y el Frente para la Victoria (FpV), tal como se prevé, amplía su mayoría absoluta en el Senado y mantiene la primera minoría en la Cámara de Diputados.
Sin embargo, la concreción de tal instancia no daría al actual mandatario bonaerense un poder incondicionado, más allá de los dichos de Maurice Closs, quién sostuvo, en declaraciones tomadas por el diario La Nación, que el régimen presidencialista permite al jefe de Estado transitar su mandato sin la existencia de frentes internos en el oficialismo.
Podríamos pensar que los gobernadores dejan de lado sus demandas ante las directivas de un Poder Ejecutivo caracterizado por utilizar la “política de la zanahoria y el garrote” cuando de reparto de recursos fiscales se trata. Ahora bien, ¿alguien imagina que una política dialoguista con los acreedores de bonos en litigio, impulsada por el eventual canciller Urtubey, sería fácilmente aceptada en un Congreso donde gran parte de la bancada kirchnerista provendrá de las filas de La Cámpora? En Diputados, una Comisión de Presupuesto y Hacienda presidida por Axel Kicillof, ¿no impondría acaso límites a los proyectos de ley impulsados desde el Ministerio de Economía, hipotéticamente a cargo de Mario Blejer?
También es posible que el FpV opte por poner en marcha la Comisión Bicameral de Seguimiento de Facultades Delegadas al Poder Ejecutivo Nacional dentro del Congreso, haciendo que cada decreto sobre materia legislativa deba contar con el visto bueno de una de las Cámaras, como mínimo.
Aun cuando el presidente argentino posea mayor autonomía decisional que sus contrapartes de la región (Chile y Brasil, por ejemplo), no le es posible gobernar sin el apoyo de la bancada oficialista en el Congreso. Caso contrario, Fernando de la Rúa hubiese completado su mandato.
La historia argentina enseña que los bloques partidarios están lejos de ser estructuras monolíticas, cuyos integrantes actúan cual regimiento que sigue las directivas de su coronel. Incluso contando con un poder casi hegemónico, ninguna fuerza se mantiene incólume en el tiempo.
Retomando lo dicho anteriormente, el peronismo constituye un área propicia para el surgimiento de conflictos, que esperan su estallido ocultos por la sombra del cacique de turno. El lema “todos unidos triunfaremos” parece encontrar reivindicación sólo ante el advenimiento del juego electoral.
Constituye un interesante ejercicio pensar si el PJ actuará de forma disciplinada ante un presidente que provenga de sus filas, o bien estará regido por un choque de lealtades, dado que Cristina Fernández de Kirchner difícilmente opte por descansar en su casa de El Calafate, convirtiéndose en una exmandataria lisa y llana.
Evitemos los reduccionismos que distorsionan la realidad. Es posible que las divisiones existentes en el seno del Partido Republicano encuentren su correlato en nuestro país, logrando nuevamente llevar la interna peronista al centro de la discusión nacional.