El 23 de junio de 2016 marcó en la historia del continente europeo, un hito, un punto de inflexión, un frenazo en seco para que la dirigencia política del continente recapacite sobre el rumbo de la Unión. Quizás resulte paradójico que el primer portazo a la integración justamente no lo hayan dado los griegos –país que sufre de ajustes y recesión económica ininterrumpida desde 2009-, sin embargo la salida del Reino Unido no debería generar tanta sorpresa.

Las dudas británicas respecto a la integración con los socios continentales no es nueva, y las razones no son difíciles de encontrar. Más allá de interpretaciones sociológicas, como la mentalidad “isleña” de sus habitantes, o la memoria histórica de una generación que libró dos guerras mundiales, existen datos fácticos que dan cuenta de los resultados de esta consulta popular:

Empezamos mal: Cuando en 1957, de Gaulle y Adenauer (respectivos jefes de Estado de Francia y Alemania) firmaron en Roma el tratado constitutivo de la actual Unión Europea, el Reino Unido no participó como firmante. Incluso, como respuesta, había aventurado un proyecto de integración alternativo, pocas veces citado, llamado EFTA. Esta asociación de libre comercio que agrupaba a naciones que habían quedado fuera de la iniciativa franco-alemana, no habría de prosperar y –quizás por una cuestión de realismo político, o incluso, presiones norteamericanas- Londres se encaminaría a lograr conformarse como socio de la Comunidad Europea. Aquella iniciativa de adhesión fue frustradas dos veces por de Gaulle, quien sospechaba de las intenciones de las intromisiones de Londres en un proyecto donde París disfrutaba un status privilegiado. Y además, los políticos galos conservadores  eran escépticos de la inclusión de un socio tan cercano de los Estados Unidos, porque consideraban que dejar pasar al Reino Unido se asemejaba a bajar las barreras para la entrada de un verdadero caballo de Troya. Así fue que las islas recién lograrían su objetivo en 1973, una vez que el general se retirara de la política francesa.

La cuestión presupuestaria y el 1º Brexit: Desde el momento cero, todo el arco político británico se quejó de las contribuciones financieras que debían darse a la Comunidad (principalmente por los subsidios agrícolas a los cuáles co-aportaba, y que principalmente se destinaban a Francia). Y tal fue el descontento, que ya en 1975 un primer ministro laborista solicitó un referéndum para decidir la permanencia del Reino Unido en la Comunidad, el primer “Brexit”. En aquel entonces, se dio una amplia adhesión de los partidarios a permanecer, duplicando casi a quienes querían salir. Pero entonces llegaría una conservadora, que al día de hoy influencia fuertemente el ala derecha de Londres: Margaret Thatcher. La primera ministra comenzó con una práctica muy utilizada por la dirigencia británica desde entonces, de construir una integración a gusto y medida de los intereses nacionales, y logró en 1984 el llamado “cheque británico” o un reembolso anual de contribuciones que volvían a las islas y correspondían a la Comunidad. A lo largo de los ’80, a la par del avance de atribuciones de la Comunidad Europea en cuestiones, ya no solo económicas, sino también políticas y sociales, se fue desarrollando un fuerte sentimiento euro-escéptico en la clase política del Reino Unido (principalmente la del ala derecha). Tal sentimiento sería instigador de constantes pujas por concesiones particulares para Gran Bretaña, por sobre el interés del bloque, y en este caso se cita el caso paradigmático de no renunciar a la Libra Esterlina.

Aversión sin tapujos e impasividad: La resistencia de los políticos de Londres a avanzar en procesos de integración política comenzó desde entonces a mostrarse sin tapujos. Desde el estilo frontal y estridente a la “dama de Hierro”, a las (¿falsas?) posiciones del primer ministro David Cameron con respecto a la permanencia de su país en el bloque comunitario, el Reino Unido se ha caracterizado por una posición sincera con respecto al rechazo a las iniciativas provenientes de Bruselas -sede de la Comisión Europea, que es el órgano ejecutivo de la Unión. A veces por móviles electoralistas, y otras por firme convicción, la presencia de este país insular al interior de esta gran organización internacional, sirvió también para alentar posiciones contestatarias a los consensos del eje París-Berlín en pos de profundizar la integración política. Las suspicacias respecto el destino incierto de la Unión, la cuestión de los refugiados, y la confesa incapacidad de traer soluciones a la crisis económica de los países del sur, fomentó en los conservadores británicos -y populistas europeos al estilo de Marine Le Pen en Francia o de Pablo Iglesias en España- una base sólida desde donde catapultar críticas, proteger intereses nacionales, y generar revisiones del statu quo del continente. Así, el abrazo de los daneses a su moneda, la protección de derechos “cristianos” en Polonia e Irlanda, e incluso el referéndum en contra de la incorporación del euro para los polacos, solo pueden leerse como siguiendo la estela del comportamiento de un actor de envergadura suficiente para legitimar actos de semejante rebeldía. Después de todo, Reino Unido se supo un actor central al seno de del continente europeo, y de hecho, fue esa noción de excepcionalidad, junto con la continua amenaza de destruir con su retirada el proceso de integración europea, el capital político que Londres puso en juego para conseguir sus metas en el continente. Por lo menos hasta el 23 de junio de 2016.

Sin embargo, el referéndum de la salida de la Unión no triunfó para dotar de credibilidad tales amenazas, ni porque el continente europeo fallara en su intento de expandir la prosperidad de sus ciudadanos en las islas británicas. El “Brexit” ganó por reflejo de la sumersión en un malestar, ya no solamente económico, sino político, y es este el punto en donde la dirigencia europea tiene qué reclamarse. La visión instalada por actores anti sistema, y a la cuál políticos del mainstream se esfuerzan en obviar, ha generado una crisis de legitimidad del continente europeo como concepto, que daría la sensación de no preocupar lo suficiente como para que los defensores de la integración accionen enérgicamente. La Unión Europea es atacada como una manada de burócratas cómplices de aristocracias financieras transnacionales, y desinteresada por proteger una identidad laica, social y progresista. Ante la incapacidad manifiesta y confesa de sacar a países de la recesión económica sin ajustes infinitos, como los casos de Grecia y España, más la ausencia de ideales aglutinantes, es que  amanecen fuerzas políticas que, como en el Reino Unido, buscan despegarse para continuar con proyectos más reales, menos onerosos, y definitivamente propios.

Eso es el “Brexit”. La materialización de un miedo inmanente desde la crisis del Euro en 2009. Un golpe moral que expone desnuda la encerrona en la que se ve inmersa la política comunitaria. Pero ahí también la lección a aprender, lo que el Brexit deja tras sí:  una masa de políticos arengados para continuar con el éxodo de esta organización internacional, más un fuerte llamado de atención a los líderes del continente europeo para definir un nuevo rumbo, con ese mismo proyecto de integración que salvaguarde la paz, la prosperidad y la libertad de sus ciudadanos.

Acerca del Autor

0 pensamientos sobre “El continente europeo sin tí

  1. El continente europeo sin ti.. es una canción de Ricardo Montaner?
    Muy buena nota! Bien desarrollado y apoyado en datos concretos. Sigan así!

  2. Los muertos que vos matais, JSNin, gozan de buena salud. El Reino Unido se ha pegado un tiro en el pié que será malo para Europa durante un tiempo y pésimo para Gran Bretaña y Gales porque Escocia ya se prepara a la independencia y el retorno a Europa (llevandose el petroleo del Mar del Norte) y se empieza a pensar en la reunificación de Irlanda. En Escocia e Irlanda del Norte el Remain ganó por más del 70% y lo mismo entre todos los jovenes de UK mucho menos captables por la predica nacionaloide, más abiertos y cosmopolitas y cuyo futuro saben ligado a Europa tanto en trabajo, estudio o movilidad.
    Cierto es que RU mantuvo con UE una relación tensa, basicamente extorsiva, desde el inicio. Sin embargo el actual Brexit es el resultado de un juego político de la dirigencia inglesa tanto torie como laborista que pensaron el referendum como una distracción que ganaban sin mayor problema. El Ukip y sectores canibales tories nacionalistas hasta la xenofobia coparon la parada. El triunfo del Leave -un triunfo en que ni los propios promotores Farage y Johnson creían se produjo sobre la base de la desinformación de la gente que desconocía que no existía un plan para llevar adelante la separación, cuanto tardaría y en que consistiría. Un millon de personas han afirmado que cambiarían su voto de Leave a Remain y sigue subiendo, lo mismo que los 4 millones de firmas para que se haga un nuevo referendum donde tamaña decisión exija una mayoría calificada (un recaudo que fue olvidado).
    Se estima que el Brexit no se producirá salvo que Europa cansada lo quiera. El triunfo de Rajoy , el silencio de Grecia, etc… dan cuenta de que Europa está en problemas (mayormente por la situación en Medio Oriente, refugiados y terrorismo) pero subsistirá.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *