Cualquiera que se haya tenido que discutir sobre fútbol con un hincha de La Academia sabe los argumentos que su adversario sacará a relucir más temprano que tarde: siete torneos seguidos durante el fútbol amateur, primer equipo argentino en conseguir un tricampeonato, primero en ser campeón del mundo, un gran estadio y diversos logros –envidiables– de su hinchada.  Un pasado deportivo exitoso tan lejano como impactante, pero la pasión del hincha es actual, fiel e inalterable.

Pasaron crisis, transformaciones, descenso, promoción e incluso una quiebra; pero el hincha ahí estuvo, inconmovible. Admirable. Aun cuando el club no ofreció a sus feligreses éxitos deportivos por largos períodos de tiempo, y estuvo –en las últimas décadas– siempre lejos del estandarte que su historia le exigía.

El peronismo se maneja con la misma lógica. Todos sus logros –aquellos que pueden ser unánimemente citados entre la amplísima legión de seguidores que tiene– son, en general, de mediados de siglo XX (similar a Racing). Ante cualquier debate, el peronista de corazón sacará su lista de conquistas sociales muy positivas, pero que ocurrieron algunas haces más de 60 años. ¿Qué nos ha ofrecido el peronismo desde la muerte del icónico fundador? A grandes rasgos: gobiernos autoritarios, corruptos, ineficientes, momentos de plata dulce, sensación momentánea de bienestar con apariencia de crecimiento y una inexorable crisis final, funcionarios inefables y una amplia e importante gama de planes sociales que no terminan nunca de ir al hueso del problema. ¿Exagero? ¿Cómo es entonces que el partido que gobierna 24 de los últimos 26 años no ha conseguido modificar el árido panorama del país?

¿Cuál fue el problema? ¿Fue Perón un mal pedagogo? ¿Por qué el “verdadero peronismo” siempre está al caer y nunca lo hace?

La falta de logros se compensa con pasión, cuadros y cantos. Así suavizamos la frustración del desencanto cotidiano, así pensamos que la revolución siempre está cerca y puede renacer. Como el hincha, se busca compensar la falta de goles con una adhesión ciega. No estamos ganando partidos, pero mirá lo que es mi hinchada nos dice un peronista (¿teléfono para hinchas de Racing?).

El partido político, que se supone debe estar apoyado en ideas, mutó a un movimiento basado en la adoración a líderes míticos que ya no pueden guiarnos al edén prometido. Emulémoslos, dicen sus autoproclamados discípulos; citemos frases de ellos, igualémosles el timbre de voz, utilicemos sus categorías aunque sean de un siglo pasado y de una realidad totalmente distinta. No importan tanto las ideas, es un sentimiento y como tal lo pueden tener todos. Y cualquiera puede sentirse parte sin tener mayor exigencia que cantar la marcha. El peronismo es comer un domingo con tu familia, dirían Lorenzo Miguel o Ubaldini.

La realidad (¿la única verdad?) no parece ser tan importante. Nada parece decir el hecho que el partido que más gobernó el país en los últimos 30 años es el PJ, que muchos de sus funcionarios sean millonarios rodeados de un ostensible lujo (¿combatieron tanto el capital que lo conquistaron?), que usen a las personas como ganado, que se sean señalados como vinculados al narcotráfico, que gobiernen provincias por décadas con sistémica pobreza y estilos de vida africanos, que la situación de los que menos tienen sea crítica y que haya un abismo entre nacer en la Capital Federal y hacerlo en Chaco. Pasa que el peronismo no se entiende, se siente. Ok, chicos, te tomo que Perón te dio las conquistas, pero sus repollos ¿qué te dejaron?

Que el hincha de Racing viva feliz con su pasado, vaya y pase. Pero como sociedad necesitamos un gobierno que no se congratule con un pasado partidario, sino que muestre ansias de eliminar el hambre de todos los días; que no justifique su presente con ideas o hechos del ayer sino con los desafíos del mañana.

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