El Tetazo y la banalización de la protesta social argentina
Finalmente ocurrió lo que era predecible y nadie hizo algo para evitarlo. Este martes durante el tetazo hemos comprobado que nuestra sociedad finalmente llegó al punto donde cualquier hecho sin relevancia ocurrido en cualquier rincón del planeta puede ser una buena excusa para cortar la Avenida Nueve de Julio, hacer una marcha, empapelar la ciudad con pancartas, interrumpir el tránsito, agredir transeúntes, golpear periodistas y por qué no hacer algún que otro daño a la propiedad pública y/o privada.
Como era de esperar varios políticos autodenominados de izquierda hicieron lo que ya es costumbre en este tipo de eventos, y se acercaron a los organizadores con aires de oportunismo para ganar espacios televisivos y defender su banca en la Legislatura Porteña, o en el Parlamento Nacional, en pleno año electoral.
No es el primer corte de calle que sufrimos este año, lo cierto es que con tantas manifestaciones los porteños ya hemos perdido la noción de quién es el que protesta, por qué motivo lo hace y qué pretende lograr. Este panorama empeora si tenemos en cuenta que muchas veces estas manifestaciones son meras demostraciones de fuerza, en una lucha por “ganar la calle”, y que rara vez los objetivos perseguidos por los manifestantes son claros o precisos.
También es necesario tener en cuenta que la mayoría de los habitantes de la Capital Federal hemos perdido todo tipo de interés en conocer el trasfondo de la cuestión, ya que donde algunos ven a un grupo manifestante luchando por sus derechos, otros solo interpretan que hay un grupo agresivo y violento impidiendo el derecho constitucional al libre tránsito y entorpeciendo el regreso al hogar de millones de ciudadanos luego de un día de trabajo honesto.
Es un hecho que mucha gente cree que las normas son simples sugerencias sin importancia y que el actuar de las instituciones es algo accesorio. Tenemos como sociedad una peligrosa tendencia a no respetar a nuestros conciudadanos en lo más mínimo y celebrar las transgresiones como hechos de patriotismo sin medir consecuencias. No hay que olvidar que el derecho a la libre circulación figura en el mismo artículo de la constitución nacional que el derecho a la protesta, y que no se logra la empatía de un pueblo haciendo infeliz al prójimo.
Ya es hora de admitir que las manifestaciones sociales no tienen la fuerza que tenían en antaño. Repetitivas, periódicas y a veces violentas ya lograron acabar con la paciencia de muchos argentinos. Esto sin mencionar que los micros en los que llevan y traen a la militancia figuran a diario en las redes sociales, y las extorsiones que sufren los menos pudientes por parte de punteros políticos ya fueron denunciadas cientas de veces por el periodismo. En este sentido me gustaría que nos preguntemos ¿No será hora de que cambiemos de una vez por todas nuestros métodos?