Jorge Rudko, escritor y conferencista

Viajando de una ciudad a otra no puedo evitar notar lo obvio. Está sucediendo adentro y afuera, debajo del mismo techo, en el automóvil, en las escuelas y en las universidades, en los aeropuertos, en los autobuses, en los cruceros y en los aviones, en la playa y en la montaña, en los supermercados y en los campos de deporte, en los pasillos y al aire libre, en las cenas familiares y en los restaurantes —aún en las iglesias— y en cada lugar imaginable de este tecno saturado planeta. Las personas se están transformando a sí mismas en estaciones de trabajo digitales.

La introducción de tanta tecnología ha cambiado nuestras vidas y, en la mayoría de los casos, no para mejor. Sí, en casos de emergencia, ya que podemos conectarnos con alguien rápidamente en cualquier parte del mundo. Contactamos a nuestros familiares y amigos que se encuentran a miles de kilómetros de distancia con solamente un par de clics o con tocar una pantalla, ¿pero a qué costo? ¿Estamos descuidando las cosas importantes de la vida que están a nuestro lado por estar continuamente conectados a algo? Tal vez es tiempo de frenar el paso y mirar de manera imparcial lo que nos estamos perdiendo.

Si usted, sus padres, su hijo adolescente, su cónyuge o su amigo están evitando responsabilidades familiares, desperdiciando tiempo en el trabajo o en la educación, fallando en completar proyectos o tareas escolares, ignorando amigos reales, no pasando tiempo al aire libre, recortando actividades o eventos solo para estar conectado un poco más, entonces usted o esa otra persona podrían tener serios problemas con el uso de la tecnología actual. Por lo tanto, la pregunta que deberíamos hacernos es: ¿somos nosotros los dueños de la tecnología que usamos o es ella nuestra dueña?

Nuestra rutina diaria requiere que usemos el mundo cibernético de una manera u otra. Con entusiasmo nos volcamos a los correos electrónicos, a las redes sociales y a los mensajes de chat más que al contacto cara a cara. No solo eso sino que, con la nueva producción de tecnología inalámbrica, ahora podemos estar conectados ¡aún cuando estamos en movimiento!

Esta excesiva conexión ha creado un sentido de falsa urgencia donde sentimos la necesidad de saber constantemente qué está sucediendo por temor a perdernos algo importante. Además, la red es tan amplia que es fácil desenfocarnos cuando estamos navegando.

¿A quién no le ocurrió que, al visitar un sitio, haga clic en un link que lo llevó a otro sitio y luego del segundo al tercero y del tercero al cuarto? Finalmente, antes de darnos cuenta, hemos pasado horas del día visitando sitios sin relación alguna con lo que nos habíamos propuesto hacer al inicio.

Ahora, consideremos por un momento algo que los neurocientíficos de la Universidad de Harvard han descubierto. Estos investigadores expresaron: “Publicar un comentario en las redes sociales, como por ejemplo Facebook, produce satisfacción mental semejante a la sexual o a la de disfrutar una comida deliciosa”. Esta declaración implica que ‘tunearse a uno mismo’ en Facebook, Twitter u otras redes sociales genera en el cerebro una gratificación similar a la que usted experimenta cuando degusta un plato sabroso o cuando disfruta una relación sexual.

Esta satisfacción intelectual que proviene del uso de la tecnología suele rotularse como “dulces mentales”. Entonces, ¿no hay razón para pensar que el excesivo consumo de estos “dulces” podría causarle una alteración al cerebro?

La respuesta parecería ser un “sí”. En toda clase de actividad mental que experimentamos, hay cambios en el circuito neurológico: los sinapsis (esto es en los sitios de conexión del cerebro). Entonces, si elegimos, por ejemplo, pasar horas haciendo una actividad, nuestro intelecto se altera y posiblemente la estructura del cerebro cambiará con el tiempo. Si es así, esto tendría repercusiones masivas en la sociedad. De todas maneras, y como algo positivo, ya que nuestro cerebro es muy maleable, ¡hay esperanza de que el patrón pueda revertirse! Por lo tanto, vale la pena destacar las sabias palabras del rey Salomón cuando en una de sus alegorías subraya lo siguiente: “El prudente ve el peligro y lo evita” sin embargo “el inexperto sigue adelante y sufre las consecuencias”.

Por Jorge Rudko, escritor y conferencista.

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