Erdogan, el hombre que gobierna Turquía con mano firme
Desde su asunción como jefe del Estado turco, en agosto de 2014, Recep Tayyip Erdogan ha manifestado una y otra vez que el sistema parlamentario de su país debe ser reemplazado por otro de corte presidencialista. Para sustentar esta postura, el máximo dirigente del Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP) señala que las grandes potencias mundiales cuentan con un Poder Ejecutivo concentrado en una persona, afirmación refutada al observarse que Japón y Gran Bretaña -citando dos ejemplos- poseen esquemas parlamentarios.
Aún así, lo verdaderamente grave no radica en las ideas de Erdogan, sino en aquellas actitudes por él adoptadas para concretar su iniciativa. El ejemplo más claro se dio en días recientes, cuando fue citada la Alemania nazi como un ejemplo de combinación exitosa entre estructura presidencialista y unitarismo territorial.
Es verdad, el mandatario no se muestra dispuesto a incendiar la Asamblea Nacional, como sucedió en 1933 con el Reichstag. Sin embargo, le resulta imposible tolerar un Poder Legislativo donde sus acólitos carezcan de la mayoría absoluta de escaños, y eso lo ha llevado a convocar comicios generales en dos oportunidades durante el año pasado, sólo con el fin de que un integrante de su partido sea nombrado primer ministro sin necesidad de entablar acuerdos con la oposición.
De todas maneras, la verdadera meta del político conservador consiste en brindar a sus filas un mínimo de 330 bancas para poner en marcha un referendo por el cual sean aprobados diversos cambios constitucionales, que brinden al jefe de Estado la titularidad plena del Poder Ejecutivo. En las elecciones celebradas durante noviembre último, el AKP se alzó con 317 representantes, número sólo suficiente para designar al máximo representante del Gobierno.
El Estado turco, bajo la mano dura de Erdogan
Con el objetivo de silenciar a quienes osan oponerse a la figura presidencial, fueron ordenados cierres de medios comunicacionales y arrestos de periodistas. Dado que Turquía intenta convertirse en parte de la Unión Europea (UE), se esperaba el rechazo de esta última hacia mencionadas actitudes contrarias a la libertad de expresión. No obstante, la lógica política resultó más fuerte.
Angela Merkel, canciller alemana, se comprometió a acelerar el proceso de adhesión del país euroasiático a la UE. Como contraparte, el Estado turco refuerza sus fronteras y alberga a quienes escapan de aquellas zonas signadas por conflictos bélicos, con el fin de llegar al Viejo Continente, donde esperan encontrar una mejor vida. Silencio a cambio de colaboración.
Asimismo, por el visto bueno a que los aviones de la coalición diseñada por Washington para combatir al Estado Islámico utilizasen las instalaciones de una base aérea situada en la localidad de Incirlik, Erdogan logró el aval de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para atacar militarmente a los integrantes del Partido de los Trabajadores del Kurdistan (PPK), formación históricamente adversaria al AKP. De esta manera, se busca mantener el control sobre sectores nacionalistas del electorado, deseosos de orden a cualquier costo.
Hoy día, el líder centroderechista actúa como el “hombre fuerte” de Turquía, cuyo sistema republicano sólo puede notarse al leer la denominación oficial del país. Los poderes Legislativo y Judicial, además del primer ministro Ahmet Davutoglu, responden a las decisiones que emanan del Palacio Blanco, y gran parte de la comunidad extranjera hace caso omiso a esta situación.
Mientras continúe la lucha contra los fundamentalistas islámicos, y el drama de los refugiados no encuentre una respuesta, Erdogan seguirá en condiciones de llevar a su nación hacia una deriva autoritaria y populista. Más aún, no resta mucho tiempo para que la ansiada reforma constitucional se convierta en algo innecesario, debido a la preponderancia de la realpolitik sobre las normas fundamentales.
El Imperio Otomano pareciera estar levantándose de sus cenizas.