¿Es Hamás una organización fundamentalista?

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A razón del presente conflicto en la franja de Gaza, y como ha venido sucediendo cada vez que aparecen en los tabloides menciones a los grupos islámicos del momento, algunos analistas y comentaristas se preocupan – por lo menos en teoría – de tomar una visión desapasionada de la contienda, y catalogar, en este caso a Hamas, con etiquetas que por sí solas no le presten justificaciones a una parte u la otra. Veámoslo con un ejemplo. Si usted emplea la palabra “resistencia” para adscribir a los militantes en cuestión, usted está repitiendo un discurso marcadamente propalestino. En oposición, si para hablar de lo mismo usted prefiere hablar de “fundamentalistas” o “terroristas”, se concederá hoy por hoy que está siendo tendencioso en favor de la versión israelí.

Para salvar este problema, desde hace por lo menos dos décadas se utiliza extensivamente el concepto neutro de islamismo o islam político para describir a los grupos beligerantes, que como Hamas, lanzan campañas y proyectos políticos sobre una poderosa labia religiosa con la cual amasan legitimidad. Reconocidos autores en la materia como los franceses Olivier Roy y Gilles Kepel desarrollan que en muchos aspectos el fenómeno contemporáneo del islamismo se constituyó sobre las bases y los fracasos de los nacionalismos árabes convencionales, sobre todo los de orientación socialista. A pesar del populismo de Nasser en Egipto, la industrialización en Argelia bajo Boumediene, o la retórica religiosa de los Assad en Siria, lo cierto es que los partidos fuertes y seculares no han podido saldar muchas de las deudas pendientes de una modernización acelerada, como garantizar el pleno empleo, apalear las diferencias sociales entre el campo y la ciudad, y desde ya, poner freno a la corrupción o abrir las puertas del juego político a fuerzas contrincantes.

A partir de estas consideraciones, toda una rama de especialistas, entre ellos Azzam Tamimi, John Esposito y John Voll, entienden al islamismo como una respuesta autóctona natural a los acontecimientos y desafíos de la modernidad. Para simplificar y sin ir más lejos, para ellos el islamismo es a Oriente Medio lo que el indigenismo es a América Latina. Se trata de movimientos que apelan a la sociedad a cuidar más estrechamente los vínculos y tradiciones que la unen con los tiempos previos a la colonización europea. En este sentido, estos autores generalmente resaltan que el llamado religioso de estos grupos es algo más incidental que ideológico propiamente constituido. Sostienen de este modo que grupos como Hamas no se creen literalmente todo lo que dicen las fuentes que sus clérigosenarbolan, al menos no necesariamente, y que en cambio utilizan al islam porque refleja una actitud más sincera con los orígenes o costumbres locales. En otras palabras, el islamismo se ocuparía en el fondo de las mismas necesidades terrenales que las plataformas mayormente secularizadas.

Existe amplia evidencia que da sustento a esta visión, especialmente si se considera que las ramificaciones de los hermanos musulmanes, y Hamas no es la excepción, comenzaron en sus orígenes como organizaciones de beneficencia, y que gracias a esta, y no al islam per se, lograron eventualmente masificarse.

Usted verá que hoy en día muchos medios de comunicación hacen eco de esta línea argumentativa en sus informes y columnas. Para muchos occidentales, los argumentos de las bancas que sostienen que la religión es un elemento de peso en la ideología de tales grupos caen como exagerados, y hasta veces como xenófobos o discriminatorios. Pues claro, tan está uno acostumbrado a vivir en sociedades donde existe separación institucionalizada, consensuada, legitimada entre Estado y religión, que uno podría presumir que el resto del mundo opera con las mismas normativas de aparente sentido común. Esto ha dado lugar a que hablar de “fundamentalismo” o “extremismo” religioso se haya vuelto para muchos sectores algo políticamente incorrecto dado que escondería prejuicios hacia la fe musulmana. Sin embargo, dejando de lado la teoría, la realidad es que la religión sí importa, y que de hecho ocupa un lugar predominante que no debe ser subestimado solamente porque su papel en Occidente se haya visto minimizado.

Yihadismo violento pero «moderno»

Eventos recientes como las atrocidades cometidas por los milicianos del Estado Islámico (de Irak y el Levante), o EIIL (por sus siglas castellanas), han puesto de manifiesto – aunque a criterio personal no con la suficiente atención que el asunto se merece – la atracción que la religión ejecuta en las mentes de los individuos, y cómo facilita o puede conducir a la articulación de una ideología totalitaria. El quid de la cuestión estriba, en que mientras el devenir histórico de las sociedades europeas condujo a la separación entre regnum y sacerdotium, al analizar la historia del mundo islámico uno caerá en la conclusión de que semejante separación nunca fue perseguida ni instruida hasta llegada la tutela de las potencias coloniales desde el siglo XIX en adelante. Por ello resulta a veces incomprensible para el occidental promedio sopesar el peso verídico del islam en si solo en las sociedades musulmanas. Gracias a esta falta de información – o mejor dicho – gracias a la falta de interés por estudiar los particularismos históricos de cada región, sectores relacionados con la izquierda frecuentemente tildan tal postura como un absurdo. Si usted presupone que todos los seres humanos se comportan en base a las mismas preferencias, valores, y al mismo uso de la razón, entonces evidentemente cosas como “el choque de civilizaciones” de Samuel Huntington suenan a delirio neoconservador.

Es indudable que Hamas no es el EIIL, o que tampoco es lo mismo que Al-Qaeda. En cierto modo Hamas se distingue porque, por ejemplo, si bien no quita lo conservador, les permite a las mujeres involucrarse con la gestión de distintas tareas dentro del movimiento. Así de importante, el grupo participa de la escena política palestina como un partido político consolidado, y en su momento presentó candidatos a elecciones. Significa que reconoce mediante su participación en él, la existencia de un sistema político creado por el hombre cuya soberanía no descansa enteramente (de facto) en Dios. Esto explica porque grupos como Al-Qaeda, Al-Shabaab o Boko Haram se abstengan de todo tipo de involucramiento en los canales políticos formales. Por ello, es preferible utilizar “fundamentalismo”, o “neofundamentalismo” – según O. Roy – para describir el accionar de organizaciones que siguen este último tipo de comportamiento, y que se inspiran en efecto en un tipo de interpretación rotundamente estática y lineal de la fe; doctrina que en árabe se conoce como taqlid o “imitación”. Ahora bien, acordar que Hamas no es fundamentalista no implica dejar de reconocer que es un grupo terrorista, dado que en la práctica sus operaciones contra la población israelí se condicen con el valor del término. Defender y catalogar a Hamas como “resistencia” no es otra cosa que hacer apología del delito, y Hamas tiene muchos en su haber. Para ponerlo más claro, usted podría señalar correctamente que el grupo judío Neturei Karta que se opone al sionismo es fundamentalista, en tanto no participa formalmente de la política y aboga por regresar a las bases rígidas de la religión. Pero no utiliza la violencia, y si la utilizara, sería plausible hablar de sus activistas como terroristas. Hamás, lejos ya de formar una mera organización de beneficencia, tiene toda una estructura partidaria moderna y además cuenta con un brazo armado. En otras palabras, se puede ser fundamentalista y no necesariamente ser terrorista, no obstante ambos términos pueden a veces coincidir sin desmerito de uno o del otro.

Hamás podría ser lo que Christian Shuck llama “yihadismo-modernismo”, en función de que persigue una agenda violenta (guerra santa), pero que en contraste con otras agrupaciones como EIIL o Al-Qaeda, basa sus operaciones en una escala localizada antes que globalizada, forzando a sus militantes a ocuparse de enemigos inmediatos. Por otro lado, al desenvolverse un contexto confinado, de tomarse como válida esta definición, sus activistas están mayor influenciados y a su vez motivados para participar de la política y consolidar una estructura organizacional, con un entramado burocrático extenso, a los efectos de mejorar su posición social y popularidad.

Si bien podría no ser correcto hablar de fundamentalismo para hacer referencia a Hamas, y más aun considerando la inherente controversia que suscita el término, bajo ningún aspecto esto le resta importancia al papel que mantiene la religión en la ideología del grupo. Existe vasta evidencia que apunta a que tales enemigos inmediatos no son los israelíes, pero sino aquellos musulmanes sospechados de trasgredir con un determinado nivel de purismo islámico. Resulta lamentable como muchos periodistas – que a la luz de los hechos recientes pretenden presentar a sus audiencias con un retrato objetivo de la agrupación – se olvidan de describir el comportamiento que sus activistas adoptaron tras expulsar a punta de cañón a las fuerzas del tradicional Al-Fatah en junio de 2007. En aquella oportunidad, envalentonados por su victoria legislativa un año atrás, y la retirada unilateral de Israel de Gaza en 2005, los islamistas cometieron todo tipo de ejecuciones extrajudiciales a opositores políticos, a veces lanzándolos desde las terrazas de los edificios. No por poco algunos comentaristas hablan de “la talibanización de Gaza”, dado que además de perseguir a los rivales, Hamas ha impuesto coto a la libertad religiosa que otrora existiera en el territorio. Han clausurado bares, cines, teatros, vedado ciertas prendas de vestir a las mujeres, y modificado las curriculares estudiantiles para que prioricen una enseñanza religiosa en virtud de las creencias del grupo.

En suma, Hamas no será fundamentalista, mas no por ello su accionar y sus ideas dejan de constituir un fatalismo destructor que los mismos palestinos deben desarraigar si quieren progresar y alcanzar la paz.

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