Grabois, la sal en la tierra
El inefable gerenciador de planes sociales Juan Grabois, versión de tradicional político piquetero pero pulido y plastificado para consumo mediático, se despachó esta semana con una idea beligerante: Propuso una Reforma Agraria, que no es ni más ni menos que expropiar y luego discrecionalmente entregar tierras según la evaluación y parecer del encargado de la repartija. Grabois viene administrando planes y subsidios estatales hace ya un tiempo de suerte tal que las mieles de la caridad con dinero ajeno no le son esquivas.
A esta altura deberíamos preguntarle a Grabois cuál es la fórmula para determinar cuál es la distribución óptima de tierras. Los beneficiarios pueden venderlas, y alquilarlas? Qué pasa si quieren las tierras pero no trabajarlas? Cómo llevaríamos a las personas que están concentradas en los centros urbanos hacia las tierras que Grabois les va a regalar, a la fuerza? Esas tierras se heredarían? Se podrán acumular las herencias o si se pasan del límite vuelven a Grabois?
Regalar bienes a las personas se constituye en el deleite de todo político, puesto que es la mejor manera de decirle a la gente que sus problemas y necesidades requieren la intervención bondadosa del Estado paternalista. En efecto, lo que Grabois propuso, como si la historia del Siglo XX no hubiera ocurrido y las reformas agrarias no hubieran dejado en ese siglo millones de muertos, es la distribución de tierras, idea electoralmente rentable, basada en los principios básicos de que la propiedad privada es una sugerencia y no un derecho..
La historia enseña
Para explicar de qué demonios habla el señor Grabois lo más piola sería tomarnos una cápsula del tiempo y viajar a aquellos lugares y momentos en los que esta idea tan novedosa se implementó:
A partir de 1927 Stalin llevó a cabo una colectivización en el sector agrícola de la Unión Soviética. El objetivo era hacer que las tierras y la mano de obra pasaran a granjas colectivas llamadas koljoses. Los campesinos no recibían ningún salario, más bien se les dejaba un pedacito de lo que producían para cubrir sus necesidades. El objetivo de Stalin con la colectivización era aumentar la producción de alimentos, ya que el proceso de industrialización implicaba una mayor demanda. Stalin bautizo este proceso como “El año de la Gran Ruptura” y lo pensó como un hito de propaganda soviético: comunidades de campesinos trabajando juntos en un ambiente de felicidad y armonía para el beneficio del Estado, pero… (chan chan) la confiscación forzada llevó a que hubiera motines entre los campesinos que el gobierno soviético reprimió sanguinariamente. Entre 1932 y 1933 hubo una gran hambruna que acabó con la vida de ocho millones de personas.
En China, Mao Zedong haciendo gala nuevamente de la peculiar debilidad del comunismo por las metáforas bautizó con el nombre de “El Gran Salto Adelante” una serie de medidas de planificación estatal entre las cuales se encontraba una reforma del sistema rural. Cuál era el método? La colectivización de la tierra y organización comunal de los campesinos. El infierno provocado en la economía por esa colectivización forzosa e irracional causó la mayor hambruna de la que la humanidad tenga registro: 45 millones de muertos.
Otro premio a la barbarie y el sinsentido se lleva Zimbabwe cuando hacia el año 2000 el dictador recientemente fallecido Robert Mugabe comenzó a confiscar las tierras agrícolas. Gracias a la reforma de Mugabe la inversión extranjera directa cayó a 0 (nada, para que se entienda bien) un año después en 2001 y la tasa de riesgo para la inversión se disparó. Como el gobierno no respetaba la propiedad, la tierra comercial agrícola perdió tres cuartas partes de su precio, el sistema financiero, bancario colapsó y Zimbabwe sufrió una hambruna brutal en los albores del siglo XXI.
El caso de Chile largó hacia 1962, con una reforma limitaba la propiedad de tierras a un máximo de 80 hectáreas y culminó en 1973 con un balance lapidario: 10 millones de hectáreas, o sea, casi la totalidad de los terrenos con aptitud agrícola de Chile, expropiados a un costo para el Estado de 40 mil millones de dólares, cifra a la cual se debe agregar la pérdida patrimonial de los agricultores despojados, otros 60 mil millones de dólares. La producción agrícola chilena cayó estrepitosamente contagiando al área industrial y contribuyendo decisivamente a paralizar la economía. Debido a esta forzosa reestructuración el gobierno comenzó a fijar los precios y estatizar la comercialización de los productos lo que llevó a Chile a la obligación de importar alimentos a fines de 1973.
El Salvador realizó una reforma agraria en 1980 que colapsó inmediatamente la producción agrícola que cayó 23% en términos reales.Y siguen los éxitos…
No hay ningún caso en la historia de una reforma agraria basada en expropiación que haya tenido éxito. Para los que quieran ampliar esta información, el libro The Peasant betrayed: (el campesino traicionado) agriculture and land reform in The Third World (Oelgeschlager Gunn & Hain, 1987) compila estudios de 16 países en los que la reforma agraria se ha utilizado para explotar a los campesinos. La falta de titularidad de la tierra, la burocracia gubernamental, la precariedad tecnológica y el clientelismo que retiene el control sobre la fijación de precios y extrae recursos de los productores para trasladarlos al gobierno la vuelven una experiencia una y otra vez fallida.
Para que la agricultura prospere se le debe garantizar el derecho de propiedad, alentando mayores inversiones a largo plazo y la investigación y aplicación de las últimas tecnologías. La redistribución de tierras de una reforma agrícola lleva irremediablemente a lo contrario. El irracional límite a la extensión de las propiedades que sugiere Grabois en su Reforma Agraria desincentiva la producción porque vuelve irrecuperables las grandes inversiones que son necesarias para elevar la productividad de la tierra, industrializar los productos agrícolas y establecer cadenas de comercialización viables.
Cualquier reforma que se base en la coerción contra las personas va a medrar su voluntad y capacidad creativa. Tanto el socialismo, como cualquier sistema colectivista como las doctrinas sociales de siglos pasados de corte intervencionista, se basan en la coerción.
Son sencillamente impracticables. Fracasaron y lo seguirán haciendo porque planificar los procesos sociales de forma maniquea y forzada anula cualquier posibilidad de crecimiento y progreso: va contra la idea de superación y elimina el motor de la creación. Cualquier propuesta que prive a los individuos de sus libertades con el supuesto objetivo de protegerlos desde un poder central es un proyecto perverso, que, afortunadamente, jamás va a funcionar.
Grabois y quienes secundan estas ideas trasnochadas son la sal que impide la producción de la tierra, son la tierra arrasada, son la multiplicación de la pobreza y el gerenciamiento de la miseria dependiente. Pero eso a él no le molesta, de hecho su vertiginosa carrera se ha basado en el crecimiento de esa dependencia.
FUENTE: DIARIO LA PRENSA