La alegoría del poder
Imaginemos la Tierra hace miles de años. Pensemos en un grupo de nómades solitarios que están en un mundo simple, dominado por la naturaleza. La vegetación es aún la dueña indiscutida del suelo y los árboles acaparan la visual formando grandes bosques. También hay animales de todo tipo, grandes bestias y pájaros diversos, que cambian un poco su conducta dependiendo la estación del año. Es un vasto planeta, libre del aún inexistente “progreso” del hombre o de cualquier tipo de civilización organizada.
Y allí está nuestra protagónica tribu, frente a un árbol de manzanas (tranquilo, esto no tiene nada que ver con la Biblia), aprovechándose de la generosidad de la naturaleza para acallar al ruidoso estómago que lleva varias horas exigiendo solución al hambre.
Todo parece ir como un día cualquiera: alguien se trepa, baja las manzanas y al resto las coloca en un saco de cuero improvisado. Pero hay un problema, que no señalé antes: este gigantesco árbol se encuentra al borde de un risco. Y justo antes de que los cinco aventureros se dispusieran a comer, el traicionero acantilado se desmorona sin previo aviso, arrojándolos al fondo de un profundo foso.
El agujero es una trampa perfecta de la que no se puede salir trepando. Tan eficaz parece esta trampa que nosotros dudaríamos de si ese sitio es natural o artificial. Pero ellos –que no conocen el significado de la palabra “artificial”- ni se detienen a pensarlo.
Todos están atrapados. Por otro lado, las manzanas –el único alimento con el que contaban- están arriba, a unos escasos centímetros del risco. La única buena noticia es que la soga cayó con ellos, aunque hay que lograr subir primero, para amarrarla a algo.
El grupo está alterado y hasta alguno dice sentir frío. El pozo no es para nada agradable, incluso impide que la luz seque la humedad que se respira allí. Nuestros nómades deben encontrar una pronta salida y comienzan a buscar una solución en ronda. Uno de ellos propone armar una “torre humana” subiendo uno por encima de los hombros del otro hasta la cima, que el último salga y logre así amarrar la soga a alguna raíz del árbol. Pero hay otro problema: desconfían de quien suba allí. Saben que quien alcance la cima, bien podría irse con las manzanas –alimento suficiente para varios días- y abandonar al resto de los desgraciados.
Esta desconfianza amenaza con romper el consenso logrado por la idea de escape –la única idea- y condenar a todo el grupo a pasar allí mucho tiempo. Incluso más de lo que sus cuerpos logren soportar. Sin contar que el frío de la noche, las posibles lluvias o incluso algún feroz animal, podrían empeorar el panorama.
Todos miran el suelo con preocupación. Nadie se atreve a admitirlo, pero en el fondo, nadie confía plenamente en el otro. El tiempo pasa y el estómago cruje. Entonces, uno de ellos se levanta de un salto y comienza a llamar la atención de los suyos:
“Tengo una idea: debemos usar la soga que tenemos para atar al que suba en un pie. De esta forma no podrá escaparse. Cuando él esté arriba, deberá arrojarnos las manzanas. Si no lo hace inmediatamente a estar allí, tiraremos rápido de ella y lo devolveremos al pozo. Una vez que los de abajo tengamos la comida, le permitiremos al elegido subir toda la cuerda y ahí sí -ya con tiempo de desatarse- la amarrará al árbol. De ésta forma todos saldremos. El último, subirá las manzanas consigo”.
Honestamente, es una gran idea. Y con este plan comienza a rondar la siguiente pregunta: ¿Quién será el elegido para subir?.
Hay un gran debate. Discuten varios minutos hasta que alguno propone lo siguiente: “Todos digamos el nombre de quien creamos indicado para la tarea, pero nadie puede decir su propio nombre”.
Si bien esta idea no parece conformar del todo al grupo, están de acuerdo en que no hay una idea superadora: el consenso es imposible. Entonces improvisan un orden de votación y uno a uno nombran a un compañero, mientras uno anota en el suelo el resultado del sencillo escrutinio. Con todo resuelto, ejecutan el plan: tal cual lo acordado. Uno a uno vuelven a estar a los pies del gran árbol y el que sube último, trae las manzanas consigo.
Con esta simple historia pretendo mostrar, que la vida en sociedad ha puesto a nuestra especie frente a un gran desafío: administrar el poder que se forma con los esfuerzos y la coordinación conjunta.
Los amigos de nuestro viaje no han hecho más que organizarse en pos de una adversidad común y en beneficio de todos. De esta organización han tenido que decidir a quién darle la ventaja para salvarlos a todos y, sobre todo, se han enfrentado al desafío de encontrar un modo de controlarlo mientras el elegido está en dicha posición.
Por eso hoy, cuando hemos logrado la capacidad social de escalar enormes desafíos y donde la soga es un complejo sistema de diversos protagonistas, debemos preguntarnos sin colores ni banderas: ¿A quienes estamos cargando en los hombros de todos para que nos salven y de qué forma los estamos controlando?.
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