La discusión del poder en la Argentina,una cuenta pendiente

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En uno de mis últimos artículos para este medio caractericé dos ideologías que se contraponen, se enfrentan y se presentan como alternativas en la Argentina de hoy y en la que se aproxima. Lejos de ser esas ideologías nuevas manifestaciones de dos modos distintos de ver el mundo, se enraízan en viejos pensamientos, creencias, simbologías y discursos que se fueron desarrollando a lo largo de todo el siglo XX.

Me permito esta digresión porque me sirve a modo de introducción para desenredar el nudo central de este artículo. Porque, de alguna manera, la pregunta política trascendental que los estudiosos en ciencia política se siguen planteando hasta el día de hoy es si las ideas en política importan. O, mejor dicho, si son las ideas o la posición en términos de poder las que mueven el “amperímetro” en política. Pero acaso ¿son excluyentes? No, para nada. Pero deberíamos señalar en ese caso qué peso tiene cada enfoque para la política del siglo XXI.

Difícil es poder desentrañar en un artículo esta cuestión, que tantas discusiones ha suscitado. Me gustaría adelantarle al lector, como creo que se habrá dado cuenta, que esta nota remite al debate histórico entre realistas e idealistas. Estas dos corrientes expusieron sus perspectivas y visiones -claramente antagónicas- a lo largo de todo el siglo XX. Se pueden rastrear sus desarrollos académicos en el campo de la ciencia política como también de las relaciones internacionales.

Pero acá no voy a hacer historiografía. Simplemente me interesa señalar mi punto de vista sobre la cuestión. Antes de ello, haré un breve diagnóstico sobre el estado de la opinión pública en general en relación a este debate (realismo vs. idealismo). Señalaré, acto seguido, el grado de veracidad que tiene, desde mi punto de vista, un modo u otro de pensar y ver la política. Y pondré algunos ejemplos prácticos.

Creo poder ver en un amplio espectro de la izquierda en Argentina una visión idealista de la política. Esta visión se centra en el deber ser y trasciende la realidad de las cosas. Los partidos representantes de este ideario político ven en el programa, en las propuestas y en los fines la razón de ser de la política, que es criticada, vituperada y denigrada por corrupta e injusta. Sin duda, razón no les falta. Sería injusto negar el trabajo de campo y la actividad política en los barrios que los movimientos y partidos representantes de la izquierda en Argentina promueven y llevan adelante. De alguna manera, esto los acerca a la realidad pero de una manera muy crítica que los lleva a negar y rechazar las estructuras políticas que en ella operan. El Partido Obrero y el Partido Autodeterminación y Libertad en la Ciudad de Buenos Aires se encolumnan bastante bien detrás de esta lógica.

Del mismo modo, los partidos de centro que bregan por la república y la división de poderes, y que se muestran moralmente incólumes, siguen un camino parecido. Aún cuando su ideología en relación a los partidos de izquierda sea diferente, la lógica que siguen es similar. Los postulados maximalistas que defienden, los hacen proclives a la crítica hacia sus rivales de turno. Suelen ser reacios a las negociaciones políticas, los consensos y acuerdos políticos. Los postulados morales no pueden ser relativizados y contextualizados, rigen en forma absoluta, por lo que cualquier desvío del deber moral es inaceptable. Entablar transacciones políticas viola este principio básico. La Coalición Cívica de Elisa Carrió y otros partidos chicos ejemplifican bien esta posición.

Del otro lado del espectro, podemos encontrar al peronismo. La frase “la única verdad es la realidad”, tan repetida por el peronismo gobernante, sintetiza perfectamente su manera de ver y ejercer la política. Si la realidad es lo único válido, las ideas pierden claramente terreno frente a la primera. Por supuesto que esta afirmación parte de una premisa: la realidad se construye primariamente a partir de los hechos y las acciones, no las ideas y los discursos. La frase ilumina el carácter decisionista y el afán por el hecho consumado, el <fait accompli>, que exalta el peronismo. El peronismo ha montado una máquina de poder que funciona de maravilla: es exitoso en retener el poder y obstaculizar su ejercicio desde la oposición. Es hábil en producir y reproducir una imagen favorable para sí: la de un partido democrático que defiende los derechos humanos. Este papel ha ocultado su costado antisistema, que se ajusta mejor a la realidad histórica.

Ahora bien, la ciencia en los últimos 20 o 30 años ha llegado a algunas conclusiones provisionales que no se corresponden, en muchos casos, con los análisis que implícitamente han asumido los diferentes movimientos, partidos políticos y la opinión pública en general (el periodismo, los grupos de opinión, los intelectuales, etc.).

El auge del neoinstitucionalismo en la ciencia política ha generado un nuevo debate que refuta o lleva a relativizar ciertas afirmaciones y creencias acerca de la manera de conducirse de los diferentes actores y líderes políticos. Uno de los supuestos que suelen guiar desde hace tiempo la investigación es que los actores son autointeresados. Además se da por supuesto que son racionales. Esto significa que las convicciones, las ideas y las creencias de los políticos operan dentro de un marco en el cual intervienen muchos otros elementos, no en un vacío. Elementos como las restricciones y los incentivos estructurales, las atribuciones constitucionales y legales, la posición en términos de poder y la eficiencia de las instituciones son factores determinantes a la hora de analizar los resultados de un proceso político. La política es vista por los científicos en términos mucho más realistas que el ciudadano medio.

Este análisis es perfectamente aplicable a la realidad política nacional en Argentina. O acaso, ¿Fue Daniel Scioli un gobernador obediente por estar de acuerdo con un conjunto de ideales, o en cambio,  esa obsecuencia se debió primariamente a una realidad política que le tocó vivir? Casi nadie pareció estar muy seguro de lo primero, porque el gobernador en cuestión tuvo que lidiar con una provincia financieramente inviable que depende casi enteramente del gobierno nacional para salir a flote. No es un detalle menor.

Otras preguntas que se me vienen a la cabeza: ¿Podrá Scioli, si se convierte en el próximo Presidente, controlar un Congreso Nacional dominado por el kirchnerismo? ¿Cuán autónomo y auténtico será? ¿Podrán sus atribuciones presidenciales contrarrestar esa oposición?

Si Macri es electo Presidente, la pregunta fundamental es: ¿Podrá lidiar con una burocracia, cuya “ideología” es mantener todo como está? ¿Podrá hacerle frente al kirchnerismo en el Estado?

Todas estas preguntas se vinculan directa o indirectamente a cuestiones relacionadas con el poder.

Para los seres humanos en general, las ideas sobre cómo debe ser el mundo son importantes. Sus creencias y sus pensamientos no pueden ser subestimados y moldean la forma de percibir y enfrentase a la realidad. Esta afirmación rige también para los políticos.

Mi idea, empero, es que la política suele ser analizada en términos estrictamente (casi exclusivamente en ciertos momentos) voluntaristas y/o idealistas, sin tener en cuenta otros factores que intervienen a la hora de tomar decisiones. Me refiero por ejemplo a la distribución de poder y la correlación de fuerzas. Deberíamos poder incorporar más otras variables a la hora de analizar la política, para poder intervenir mejor en ella en el futuro y producir los cambios que creamos necesarios. Porque para actuar eficazmente, es necesario primero entender y percibir correctamente el entorno dentro del cual nos movemos.

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