La pequeña Patria Grande: una integración fallida
En una década donde se multiplicaron los gobiernos “latinoamericanistas”, con presidentes que apoyaban una mayor integración regional desde Venezuela hasta Argentina, el balance de los proyectos de integración regional en América Latina dejan mucho que desear: se multiplicaron y se superpusieron nuevos organismos multilaterales, y los acuerdos preexistentes oscilan entre el estancamiento y un retroceso notable.
Es tanto más difícil entender el paso glacial de la integración, cuando se lo contrasta con el ejemplo más exitoso que tenemos: el de la Unión Europea. A diferencia del Viejo Continente, los países de América Latina tienen mucho más en común, y, a diferencia de los países europeos, ninguna guerra masiva destrozó el continente.
Los dos casos más paradigmáticos de esta lógica tan contradictoria – de un discurso regional muy unificado y con muchos rasgos comunes, a la par de una realidad política mucho más dividida y que frecuentemente tira los países en distintas direcciones – son el MerCoSur y la UNaSur, aunque es una historia que se repite en prácticamente todos los proyectos de integración, ya sea la Comunidad Andina como el ALCA o la AlBA.
MerCoSur, una tensa parálisis en la integración
Fundado en 1991 por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, su importancia es evidente por su peso en la región: el MerCoSur une al 82% del PBI de América del Sur y el 70% de su población. Creado en un contexto de renovado optimismo en un continente que recuperaba después de muchos años la democracia, la ambición del proyecto es destacable: en su tratado fundacional, deja en claro el deseo de seguir el ejemplo de la Comunidad Europea, haciendo referencia al objetivo de crear “una unión cada vez más estrecha entre sus pueblos”. Desde un principio, el MerCoSur prometía una integración al estilo europeo, proceso que dos años más tarde culminaría con la fundación del primer Estado Supranacional, con la entrada en vigor del Tratado de la Unión Europea, el 1o de Noviembre 1993.
Pero, a pesar de estos inicios auspiciosos y de los enormes beneficios que prometía la integración, el MerCoSur de hoy dista mucho de la organización que idearon. El ejemplo más claro de esto es el estado del ParlaSur: fijaba 2010, como plazo para la elección directa de sus representantes, y 2015, como plazo para la elección simultánea en todo el bloque –Paraguay fue el único país que cumplió con el plazo para elegir sus parlamentarios de MerCoSur de manera directa; Argentina se convierte este año en el segundo país en democratizar su representación en el organismo, pero los países restantes (Brasil, Uruguay y Venezuela) aún no muestran intenciones de implementar esta elección directa-. Incluso. podríamos hablar de cierto retroceso en el proceso: a pesar de su fundación como tratado de libre comercio (que aspiraba a una integración cada vez mayor), las tensiones políticas entre los gobiernos de los estados miembros han generado conflictos económicos entre ellos, desde cerrar los puertos a buques de otro estado miembro hasta la suba de barreras arancelarias entre miembros de un mismo área de libre comercio.
Las perspectivas a futuro del MerCoSur, tampoco son buenas: los gobiernos de Brasil y Uruguay, cansados de la intransigencia Argentina, ya planifican un futuro con un rol menos central para la organización. Ambos países han puesto la mira sobre tratados de libre comercio por fuera de la zona y están dispuestos a congelar las relaciones con el MerCoSur para lograrlos. Venezuela, además, ha demostrado una total falta de interés en el MerCoSur, más allá de su aspecto simbólico, y no ha cumplido los compromisos asumidos para armonizar sus leyes, a pesar de las condiciones que aceptaron para acceder. Y en Argentina, la elección de parlamentarios del MerCoSur parece no haber generado interés alguno, opacada por cuestiones políticas domésticas y por un debate en torno a la política exterior, más enfocada en recuperar el acceso al mercado de créditos internacionales que en profundizar la integración con los países vecinos.
La UNaSur como espejismo de la Unión Europea
Considerando las dificultades que atraviesa el MerCoSur, posiblemente el mejor encaminado de los proyectos de integración de la región, no ha de sorprender que la UNaSur, con un proyecto inicial aún más ambicioso, haya desaparecido de la agenda. Ciertamente, la desaparición física de sus dos principales promotores, Hugo Chávez y Néstor Kirchner (primer secretario general de la organización), fue un golpe duro para el proyecto, que apelaba de manera aún más explícita al modelo de la Unión Europea como ejemplo a seguir.
Una organización que ambicionaba crear un nuevo Estado Suramericano se empantanó en los mismos problemas que imposibilitan el avance de proyectos preexistentes: todos los países tienen un discurso integrador y ambicioso, pero los compromisos políticos concretos no están a la altura de las promesas. Es difícil convencer sobre la voluntad de profundizar la unión entre los países de la región, con muestras de tensión y agresión como las que protagonizaron Colombia y Venezuela en los últimos años, para dar un ejemplo que tiene como protagonista a uno de los impulsores del proyecto.
Quizás, esa misma ambición lo condenó: por razones obvias, tomó como ejemplo a seguir a la Unión Europea, pero pensando en lo que es ahora – una nueva forma de Estado Supranacional – y no en el largo recorrido, iniciado en 1955, que desembocó finalmente en ese nuevo Estado. No alcanza con expresar un deseo por tener un mercado y una moneda común con libre circulación de personas y bienes, porque ignora que cada uno de esos componentes de la Unión Europea actual se construyó de manera meticulosa e independiente. Si la Unión Europea debe servir de ejemplo y aprendizaje para algo, es porque la integración regional se debe más una cuestión de trabajo gradual y casi anónimo y porque el discurso regionalista es el producto de ese trabajo, no su sustituto.
En ese sentido, la formación de la UNaSur paralelamente a los pactos regionales, debe considerarse contraproducente para el fin de la misma organización. Teniendo ya sólidas bases para imaginarse una integración, por la convergencia de estos tratados generalmente complementarios, un nuevo proyecto supuestamente superador aparece como una distracción y los retrocesos concretos que hubieron en el MerCoSur indicarían que esa distracción tuvo consecuencias casi inmediatas.
Así, nuestra región vive una situación extraña: Todos los países parecen compartir la convicción de que la integración regional es la única manera, o por lo menos la mejor, de fortalecer y defender el desarrollo de América del Sur, en un mundo cada vez más globalizado y competitivo. Todos los países, por lo menos de palabra, han asumido este compromiso con entusiasmo. Tanto los políticos como los votantes parecen estar de acuerdo en este sentido, lo cuál es un indicio siempre alentador; pero como tantas cosas en las que todos parecen estar de acuerdo –la importancia de luchar contra la corrupción, contra el narcotráfico, la importancia de construir una economía más justa y una sociedad más solidaria– la pregunta es siempre la misma: ¿cuando van a cumplir?
Aún con sus crisis, el éxito del modelo europeo daría fe de que la integración deseable es posible, con todos los beneficios que ello implica para los ciudadanos de la región.