La política: El debate intelectual de la era K

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En este artículo intentaré refutar la simbiosis e identificación total de la política con el conflicto que muchos seguidores e intelectuales K pregonan desde hace muchos años. En primer lugar, me gustaría dejar en claro mi posición sobre el tema: de ninguna manera pienso que la política sea el ámbito, por excelencia, del reencuentro, la reconciliación, el acuerdo, la paz que muchos intelectuales de “derecha” observan y señalan. Lo característico de la política es, de hecho, el conflicto. Para sostener esta afirmación me gustaría recurrir a una serie de autores clásicos de la ciencia política.

En primer lugar, es necesario remontarse a Nicolás Maquiavelo. Este autor analizó la Italia de su tiempo motivado por la idea de crear un Estado central fuerte con autoridad para dominar a los poderes locales. En su ya clásico libro «El Príncipe», prescribe una serie de recetas al príncipe con el fin de aumentar y conservar su poder. Éste debe tener la capacidad para apaciguar y anticiparse a los conflictos políticos y amenazas que se presenten, manipulando las relaciones de fuerza a su favor. Es decir, debe  recurrir a todos los medios político-estratégicos a su alcance para gobernar eficazmente. El consenso en esta teoría no tiene lugar, ya que es sustituido por el poder y  la fuerza, dos conceptos ínfimamente ligados  al conflicto.

Un segundo autor es Thomas Hobbes. Como teórico del contrato social, este autor observa en la sociedad civil (el Estado de Naturaleza) la fuente de todos los males de la sociedad. La competencia, la gloria y la desconfianza conducen, más temprano que tarde, a la guerra de todos contra todos. No hay salida posible de este «estado terminal», salvo que los súbditos pacten entre sí la creación de un Leviatán (especie de Dios mortal) que logre imponer su autoridad sobre los súbditos. Esta autoridad es absoluta. De manera que,  el Leviatán,  se instituye para hacer posible la vida en sociedad, pero éste no pacta con los súbditos, sino que los somete a su voluntad. El Leviatán es expresión e instancia superadora del conflicto que asegura la posibilidad de la vida.

Ahora recurriré a otra serie de autores para indicar que la política no se reduce exclusivamente al conflicto.

Antonio Gramsci afirma, en su concepto de hegemonía, la necesidad de recuperar el consenso como elemento indispensable de la política. Es que, sin algún grado de consenso activo por parte de los llamados a obedecer, no es posible gobernar. En términos gramscianos, el bloque histórico no perdura y se destruye. Es por ello que, en su teoría de la revolución, convoca a la clase subalternas a ganar espacio en las instituciones de la sociedad civil para producir una verdadera reforma moral y cultural al interior de ella que modifique los valores e ideas predominantes, condición sine qua non para que toda revolución y dominación posterior tenga éxito.

Por último, y más acá en el tiempo, es el politólogo Giovanni Sartori, quién resalta la importancia de los tres tipos de consensos presentes en la política democrática. El que, a mi modo de ver, tiene más importancia es el consenso procedimental, condición indispensable para la existencia de toda democracia liberal. El conflicto, como señala el autor italiano, se entabla sobre una base consensual, la aceptación de ciertas reglas básicas de juego. Sin éstas, el diálogo no es posible y la democracia en su versión republicana no tiene futuro.

La política está atravesada, en mayor o menor medida según el caso, por el conflicto y el consenso. Desde mi punto de vista, muchos intelectuales y simpatizantes del gobierno nacional han omitido el componente consensual de la política para justificar su peculiar práctica política: 1) de espaldas a las demandas ciudadanas 2) cooptando la justicia 3) “clausurando” el Congreso como lugar de debate, discusión e intercambio político.

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