Política: ¿La tarea de quién y para qué?

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La pregunta formulada remite a la cuestión de si la política debe entenderse o bien como un conjunto de mandatos en carácter de obligatorios que fluyen de arriba hacia abajo –en forma unilateral e irrevocable- o, por el contrario, como una actividad que tiene su ámbito de iniciación en la sociedad civil, desde donde los ciudadanos formulan sus demandas y deseos interpelando e intentando influir en las decisiones de los gobernantes que los representan. La primera versión no ignora, por si misma, que en la sociedad existan determinados anhelos y necesidades que puedan ser satisfechos por los gobiernos de turno. Pero sí restringe fuertemente la esfera de actuación de los ciudadanos, al no tener éstos últimos poder de voz y voto en las resoluciones finales. La segunda versión es más incluyente y generosa o abierta, porque considera que, la política,  no puede definirse con exclusión y ausencia de participación <activa> de aquellos a quienes van dirigidas las decisiones.

Definí dos formas distintas –excluyentes- de la caracterizar la política. Considero que la primera caracterización se ajusta más a los cánones de una política <autoritaria>, mientras que la segunda representa la política <democrática> normal, con ciertas reservas: porque estoy convencido de que, aún en los regímenes más autoritarios y reaccionarios, la necesidad de tener en cuenta en algún grado al “pueblo” está siempre presente. Y por el otro lado, no toda democracia es participativa en sentido estricto.

Pero esto no es todo. Mi idea es que el término democracia suele engañar a la población.  A pesar de la fama que hoy en día tiene, ésta está lejos de ser un ideal. Su funcionamiento no es automático y depende, en buena medida, de la cantidad y calidad de la intervención ciudadana. No se trata simplemente de que más gente participe, sino de que sus intervenciones resulten productivas y generen resultados políticos eficaces. La participación eficaz de las personas y su compromiso y perseverancia son elementos importantes para entender por qué la política en algunos países progresa y en otros no.

Los resultados de una mala política son la corrupción, la desidia, la inoperancia, la caducidad de las estructuras políticas y su incapacidad de adaptarse a las demandas y deseos ciudadanos. Y todo ello termina repercutiendo, a mediano o largo plazo, en la esfera económica y en la esfera social (en la economía y en la sociedad), que, a contramano de un axioma muy repetido, no son independientes de la política.

Entonces la cuestión es que, para resolver los problemas sociales más urgentes y agobiantes como la inseguridad, la pobreza y la desocupación, necesitamos hacer algo más que criticar o asombrarnos: necesitamos comprometernos un poco más en la actividad política (desde el lugar en que nos sentamos cómodos  y a gusto) para cambiar la realidad. Esto requiere tiempo y paciencia.  Participar en política no considero, genéricamente hablando, que sea una obligación (solo en cierto caso lo es, como al momento de votar). Pero sí pienso que es un medio privilegiado desde el cual transformar, aunque sea un poco, la realidad. Este breve artículo pretendió concientizar al lector sobre su necesidad.

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