La política Tinder: seduciendo al electorado
Tinder es una aplicación móvil que agrupa dos de las características más representativas de nuestra era: la comunicación y la superficialidad. Es una especie de red social para chamuyar. Básicamente es una aplicación que nos permite mantener la actitud de encare bolichero 24 horas por siete días de la semana; algo así como la superficialidad elevada al cuadrado.
Lo importante es la foto. Ella es un mensaje idealizado e instantáneo, soy esto; o más bien, quiero ser esto. Mostramos nuestro mejor lado –la pinta externa, por supuesto– de la manera que más nos gusta; seleccionamos de forma meticulosa la foto y maquillamos lo que no nos gusta.
Tristemente la política, que no es independiente del momento histórico en el que se desenvuelve, no es ajena a estas características y elabora su propia versión: la política Tinder. Ésta reemplaza los técnicos con publicistas y nos invita a salir. El resultado: discursos cada vez más vacíos e insípidos, un mar de frases trilladas que no se acercan a ninguna definición; reiteradas apelaciones a aspectos personales de los candidatos para instalarlos, como sus parejas, aunque nada digan de su idoneidad; y –obviamente– el uso (o abuso) de la fotografía como elemento clave del mensaje. La política Tinderse consolida con comodidad.
El tema es que la política Tinder es muy amable al oído y a la vista. No hay determinaciones, no hay costos; el candidato se encargará de solucionar los “problemas de los ciudadanos” sin jamás decir cuáles son, ni cómo o cuánto tardará. Lo importante es que quien habla sea canchero, piola y descontracturado, pero ojo, cuando salga un tema pesado, se pondrá serio y dirá “qué barbaridad, esto hay que cambiarlo”. El político Tinder es el artista de la no respuesta, es el tipo al que sin que le tiemble la voz ni explotar de una carcajada contesta que para controlar la inflación tomará medidas antinflacionarias. O jugando vilmente con las expectativas de las personas, presenta un proyecto de ley para bajarla.
La política Tinder es efectiva porque queremos soluciones rápidas. Queremos creer, como el obeso que va en diciembre al gimnasio para prepararse para el verano, que todo se puede hacer rápido y sin esfuerzo. Que años de desidia se resuelven meramente con instantes de buena voluntad. Por eso elegimos candidatos con el mismo esfuerzo mental y profundidad que empleamos para elegir un celular: ¿cuál es el que está de moda?
Aplicamos la misma liviandad en la elección de la persona para la salida del viernes que en la elección del candidato, cuando es claro que los efectos y resultados son muy distintos. Como gran tragedia, Tinder nos puede llevar, por culpa de una foto bien camuflada, a una salida decepcionante; pero la política Tinder nos puede llevar a dormir cuatro años con María Martha Serra Lima. No imagino que nadie estalle del entusiasmo con ese pronóstico.
El candidato Tinder no habla de ideas, habla de sentimientos; no habla de programas o planes, habla de deseos y en los pocos casos que debate con otro político, no argumenta, sino que apenas luego de cinco o seis palabras achaca a su adversario con el clásico: “porque vos fuiste/hiciste/estuviste con…”. Cuando hace afirmaciones son tan vagas y genéricas que nadie podría estar en desacuerdo, estilo: que no haya más hambre, que todos los chicos vayan al colegio, un país próspero, hacer las cosas bien. En el fondo, en la política Tinder, el candidato no es, sino que será. ¿Qué será? Lo que las encuestas pidan. ¿Y si cambian? Se cambia. ¿Y si lo que las encuestas piden es un disparate? Se banca. ¿Y si después vamos a hacer lo contrario? Se pone cara de circunstancia. Parece que el político Tinder nos dice como Jorge Drexler “nada se pierde, todo se transforma”.
Hay por otro lado, una especie de confusión patológica y extraña. La sociedad no asume que se tienta con candidatos en tindermode, pero cuando éstos asumen y muestran sus primeras mañas, la sociedad se espanta y asombra de lo brutos, inmorales e incapaces que son (incluso de algunas características que ya estaban en la vieja foto). Es como que alguien use Tinder y se ofenda porque nadie quiere debatir sobre el principio de incertidumbre de Heisenberg. Como si la superficialidad fuese nuestro placer culposo, despotricamos contra la política Tinder cuando ésta está en el poder por todas sus carencias, sin hacer ninguna autocrítica o reflexión sobre nuestro rol en que Carlitos tenga ese lugar.
No pretendo que los políticos abandonen su vocación de sonriente vendedor de seguros cuando se aproxima una elección, pero creo que sería justo e interesante que la política se vuelque a otra característica de nuestra era: el conocimiento, y se desarrolle para el bien de todos la política del conocimiento. Sería un desafío tremendo para los políticos como para la sociedad, ambos tendrían que salir del cómodo deporte nacional que Mafalda nos descubrió: la queja.
A fin de cuentas, el problema de la política Tinder no es ella en sí misma, sino el hecho que sea exitosa.Lo que me lleva a la pregunta final: ¿qué dice eso de nosotros?