La tragedia de Once y Cromañón fueron noticia en la semana
Una tragedia no es un accidente. Los accidentes son sucesos imprevistos, producto de la aleatoriedad o de la “mala suerte”. Una tragedia es un hecho que se produce por la irresponsabilidad, la corrupción y, quizás, en una mínima medida, por un detonante que sí puede ser aleatorio.
En los últimos años, los argentinos fuimos testigos de varias tragedias no naturales: accidentes aéreos como el de LAPA y, viales, como el de la escuela Ecos o el que se produjo en Salta hace pocos días donde murieron 43 gendarmes. Pero, en mi opinión, hubo dos que repercutieron más en nuestra conciencia colectiva como sociedad, por su magnitud, y por aquello que tocaron: el incendio de Cromañón y la tragedia de Once. En una, por la lamentable muerte de tantos jóvenes, por la desidia y la corrupción de tantos funcionarios; en la otra, por la empatía que sentimos tantos de nosotros al vernos reflejados en esos trabajadores que perdieron la vida esa mañana, viajando en condiciones paupérrimas, inhumanas.
En los últimos días, estos dos hechos readquirieron importancia: por un lado, el 30 de diciembre, se cumplieron once años desde la mayor tragedia no natural ocurrida en el país: el incendio en el local República de Cromañón, donde murieron 194 personas y 1432 de ellas resultaron heridas. Posteriormente, además, se suicidaron 17 personas a raíz de las secuelas físicas y psicológicas que les generó la tragedia.
Por otro lado, el 29 de diciembre se dio el veredicto del juicio por la tragedia de Once, ocurrida el 22 de febrero de 2012, en la que fallecieron 51 personas y más de 702 resultaron heridas.
Repercusiones de la tragedia de Once y Cromañón
Ambas tragedias ocasionaron en su momento un cambio político, social y cultural dentro de la sociedad.
El incendio de Cromañón conllevó la destitución, mediante juicio político, del jefe de Gobierno en ese entonces, Aníbal Ibarra, a comienzos del 2006. Además, generó la renuncia del secretario de Seguridad, Juan Carlos López, y la inhabilitación y el despido de varios funcionarios públicos que trabajaban en el GCBA. Fueron a juicio empresarios, bomberos y policías comprometidos con certificados de habilitación “truchos”, así como también la banda que tocaba el día del incendio, Callejeros.
Se clausuraron también numerosos locales, boliches y teatros, que no cumplían con las condiciones mínimas de habilitación; y se comenzaron a cumplir de manera más estricta las medidas de seguridad impuestas por la normativa vigente (por ejemplo, impidiendo el ingreso de menores de dieciocho años a los locales bailables, que era una práctica común en numerosos boliches de la Capital Federal).
La tragedia de Once, por su parte, generó la renuncia del por entonces secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi, quien fue condenado hace pocos días a ocho años de prisión e inhabilitación especial perpetua, y la intervención del Estado de las líneas de trenes Sarmiento y Mitre, operadas por la empresa TBA, cuyo titular, Claudio Cirigliano, fue también condenado a nueve años de prisión. Ricardo Jaime, antecesor de Schiavi en la Secretaría de Transporte, fue también condenado a seis años de prisión efectiva.
Asimismo, se generaron una serie de pedidos por parte de la sociedad para mejorar las condiciones del transporte público, ya que en su momento, muchos pasajeros sintieron temor de sufrir una situación similar a la que ocurrió en Once (quedan en mi memoria los primeros vagones de los subtes y los trenes vacíos, y la gente intentando no apiñarse en recintos desbordados).
La tragedia de Once fue también fuente de indignación, ya que, durante cinco días, la máxima autoridad del Estado (la ex presidente), Cristina Fernández de Kirchner, mantuvo un silencio sepulcral y no se expidió respecto de la tragedia. Esto, sumado a la desafortunada declaración de Juan Pablo Schiavi de que la gravedad del accidente se debió a que ocurrió en un día hábil (y no, por ejemplo, el día anterior que había sido feriado), y como consecuencia de las “malas costumbres” de los usuarios de moverse hacia los primeros vagones”, resultó en una escalada en los niveles de indignación de la ciudadanía. En ese sentido, el silencio del kirchnerismo respecto a esta tragedia fue aberrante.
La corrupción es intolerable: causa muertes y heridos, origina profundas heridas en la sociedad en su conjunto y genera una sensación de impunidad y de impotencia en cada uno de los ciudadanos. Las penas impuestas por el tribunal, compuesto por los jueces Rodrigo Giménez Uriburu, Jorge Tassara y Jorge Gorini, fueron ejemplares. También la reapertura de la causa contra Julio De Vido, ex ministro de Planificación y jefe directo de Schiavi y de Jaime, resulta un paso alentador.
Tengo fe de que a partir de ahora, con todos los cambios que se produjeron a nivel político y social, comenzará un proceso de búsqueda de la verdad y de castigo a los culpables de los grandes delitos. Todo crimen que no recibe castigo es la continuación del crimen en sí mismo. Para eso existe la justicia: no es un capricho, sino una necesidad de la sociedad.