Durante los últimos años de su vida, el politólogo argentino Guillermo O’Donnell nos recordaba que las democracias no solo podían morir de muerte rápida más allá de que nuestros recuerdos generalmente están asociados a los golpes clásicos, la marcha miltar (o en plural), los tanques en la calle o un adusto general que nos prometiera la salvación.

También las democracias podrían morir lentamente cuando se producen procesos en los cuales no existen episodios decisivos, sino que hay una corrosión donde vamos perdiendo libertades, el régimen democrático se van perdiendo legitimidad, donde los políticos se encapsulan en juegos cada vez más autistas, como si la casa común fuera lentamente carcomida por termitas.

Mirando con alguna perspectiva el proceso de crisis que vive la UE y recordando las afirmaciones del importante referente de la Ciencia Política antes mencionado, nos preguntamos si no estamos asistiendo a la «muerte lenta» del más ambicioso proyecto de integración emprendido luego de la segunda posguerra.

Cabe recordar que este proyecto comunitario nació en las postrimerías de la segunda guerra mundial con el propósito de constituir una zona de paz en una Europa azotada por las dos más grandes conflagraciones del siglo XX. Los esfuerzos en pos de la construcción de dicha zona de paz vinieron acompañados de aquellos destinados a consolidar la cohesión social mediante la institucionalización del Estado de Bienestar en la mayor parte del continente.

Estos esfuerzos guiaron –o procuraron por lo menos hacerlo- todo el proceso vivido por la UE, desde la creación de la Comunidad del Carbón y del Acero hasta la creación de la UE mediante el establecimiento del Tratado de Maastricht, la creación de la zona Euro y la ampliación del espacio comunitario a 11 países de Europa del Este y antiguos miembros del “bloque soviético”, a comienzos del siglo XXI.

Sin embargo, el proceso comenzó a mostrar sus límites: las crónicas crisis del Estado de Bienestar Keynesiano Europeo (EBKE), y el impacto de los procesos de globalización, con su mayor autonomía financiera y desterritorialización de la actividad productiva magistralmente desarrolladas por el sociólogo mexicano Luis Aguilar Villanueva, comenzaron a socavar las posibilidades efectivas de hacer frente a los objetivos de una mayor competitividad de las economías y al mismo tiempo preservar el amplio sistema de prestaciones sociales del EBKE.

Sumado a ello, el drama humanitario producto del conflicto bélico en buena parte del Oriente Medio y las guerras civiles en actores como Siria mostraron una Europa con capacidad limitada de respuesta para hacer frente a las consecuencias del drama de los sectores desplazados por el incremento de la intensidad de dicho conflicto, producto en buena medida de las desavenencias entre sus socios.

La casa común europea empezó a ser corroída por las termitas: el euroescepticismo, el terrorismo, el resurgimiento de partidos de extrema derecha con un discurso xenófobo, el renacimiento de un insano nacionalismo, el cuestionamiento de un proceso de integración regional por la ausencia de beneficios en la vida de sus pueblos: en este contexto se produjeron el rechazo a la aprobación de la Constitución Europea (CE) en Francia y Holanda (2005), la aprobación de la CE con elevadas tasas de abstención electoral en España, y el más reciente rechazo por parte de los ciudadanos del Reino Unido a mantener su permanencia dentro de la UE (“Brexit”) solo para mencionar no ya un episodio decisivo sino una paulatina corrosión política y social.

¿Estamos frente a la lenta muerte del proyecto de la UE? Ante la insuficiencia de la apelación a la noción de una Europa en paz ¿Sobre qué nuevo principios se puede relanzar el proceso comunitario? Se trata de preguntas con respuestas que solo podrán dar (o no) los líderes europeos.

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