La victoria de Cambiemos y las expectativas de la alternancia
Después del balotaje de ayer, la Argentina tiene nuevo presidente. El 10 de diciembre de 2015 asumirá la Presidencia de la Nación la fórmula conformada por Mauricio Macri y Gabriela Michetti. Más de la mitad de la gente eligió cambiar.
Pero ese cambio no incluye solo la fórmula presidencial. Esa apuesta de la ciudadanía es a cambiar la esencia y las formas de lo que tuvimos hasta hoy. Esa opción del pueblo es a modificar los métodos empleados actualmente, más emparentados con lo disruptivo y agresivo que con lo constructivo. Más asociados a la riña que al consenso. Más amigos de la descalificación y el recelo, que de la empatía y la buena predisposición. Esperemos que Cambiemos, rindiendo tributo a su nombre, modifique esta forma de gobernar y la transforme en más asertiva, abarcativa y asequible.
La urna y el correo
El método electoral actual está obsoleto. Muchos desconfían de cómo funciona. De cómo llegan los datos, de cómo se vuelcan y de cómo se calcula el resultado final. Este nuevo gobierno tiene otro desafío que es el de cambiar este sistema electoral e implementar uno más moderno que asegure que el voto llegue al destino final, de igual manera que fue emitido en su origen. Que por H o por B, no sea un teléfono roto, en el que el mismo nunca llega a su meta. Recién allí, y con razón, se podrán superar las suspicacias que genera este sistema ya perimido. Con muchas dudas, que implican, increíblemente, pasar horas y horas para empezar a conocer quiénes son los ganadores y perdedores.
Uno y otro candidato
Ayer, como en cualquier elección, hubo un ganador y un perdedor.
El primero, le puso un broche a su ilusión tras haber concretado su tan ansiado sueño. Luego de una noche agitada, se fue a dormir con el ego en plenitud por haber alcanzado su objetivo. Un objetivo tan ambicioso como ser (ni más ni menos) presidente de la Nación. Y difícilmente haya logrado conciliar el sueño rápidamente, fruto de una excitación razonable que impide cualquier relajación. Sólo habrá podido hacerlo a sabiendas de que ha terminado una campaña tan larga como extenuante y que, aunque sin tiempo para mucho descanso, ha alcanzado su meta soñada. Difícil, pero soñada.
El otro candidato representa el caso contrario. Evidentemente, no pudo alcanzar el objetivo que se propuso. Esa meta para la cual (como él mismo dice) se preparó toda la vida. En realidad, no toda la vida, sólo su vida política.
Pero el resultado no lo acompañó. Los guarismos dicen que perdió la elección por poco, pero la perdió. En realidad, sólo por un margen exiguo si la analizamos en términos porcentuales; pero si nos retrotraemos a las vísperas del 25 de octubre en donde en el pensamiento general casi no había balotaje, el resultado final sorprende a propios y extraños, debido al escaso crecimiento (y retroceso en algún punto) de su figura.
Fueron muchas las causas que determinaron la suerte de uno y del otro.
La suerte del ganador estuvo atada a la coyuntura política, al hastío de la gente respecto a cómo se gobierna desde hace 12 años, en el marco de un sistema donde impera la corrupción y al avasallamiento de las instituciones. Y, principalmente, debido a esa gran coalición de la que formaron parte Sanz y Carrió (otros triunfadores de esta última elección), que le proporcionaron al PRO la estructura nacional de la que carecía. Y, por supuesto, gracias a una estrategia de campaña acertada y poco convencional, como tocar timbres puerta a puerta, concretar visitas a casas de gente ávida de un cambio superador y al manejo de redes sociales, totalmente acordes a las épocas actuales que se diferencian de la forma tradicional de hacer política. Un acierto para valorar.
La suerte del perdedor estuvo asociada a su estrategia principal de aguantar a ultranza los errores políticos de sus pares partidarios, de bancarse obscenidades políticas con el silencio más radical y complaciente (a base de una sumisión sinigual), con la sola idea de mantener el respaldo y los votos kirchneristas para llegar a la meta final. Pero, además y sobretodo, por la indefinición final al advertir que no le alcanzaba sólo con mantener el statu quo: el no saber qué hacer, si despegarse o no después de tanto tiempo de acompañamiento político, actuó como traba en medio de su campaña electoral. Ni siquiera sintió retribuida (en muchos de sus compañeros de ruta) su fidelidad tan absoluta al partido que milita.
Tal vez si hubiera “saltado” a tiempo hubiera corrido otra suerte.
El futuro
El futuro (ya presente) lo encuentra a Mauricio Macri presidente. Tiene un desafío muy duro que afrontar, pero, a la vez, muy grato y satisfactorio. Conducir las riendas de un país es una tarea que muy pocos pueden alcanzar y que menos personas aún pueden llevar con idoneidad. Va a depender de él y su equipo. Deberá interpretar la necesidad de un pueblo que pidió un cambio, y tener en cuenta a quién no lo pidió. Deberá gobernar para todos los argentinos, en una Argentina con mucha diferenciación social, con la justicia partida, con muchas vicisitudes, pero con fama por su gran poder de recuperación. Tiene unas posibilidades incomparables de mejorar lo que hoy existe, pero de nuevo, dependerá del trabajo, las decisiones que tome y la sensibilidad que tenga.
El futuro de Scioli es una incógnita, habida cuenta de que su objetivo máximo no fue alcanzado. Para alguien que es gobernador de Buenos Aires, no hay muchos otros retos políticos que no sean anhelar un cargo nacional. Y al no poder podido obtenerlo, habrá que ver si le interesa cumplir una función legislativa, o acceder a algún puesto político que lo satisfaga, sin sentir que está boyando sobre la atmósfera política.
Las expectativas
Seguramente, quienes hayan votado por “Cambiemos” tengan muchas más expectativas en el nuevo gobierno que aquellos que no lo hicieron. Sin embargo, todos tenemos ilusiones. Todos. Porque la esperanza es lo último que se pierde. De eso vive el hombre. Sin proyectos, sin futuro, sin ilusiones es difícil transitar por la vida. Y estaría bueno que ese ánimo, el de cada uno, vaya mejorando conforme diversas medidas de gobierno puedan llenar las expectativas de cada uno. Ahí es cuando cada cual, según sus valores, hará su propio juicio respecto del gobierno elegido.
De igual manera lo hará la sociedad entera como tal.
Sin embargo, más allá de toda coyuntura y logros personales y sociales, la alternancia en democracia genera expectativas. Y tener expectativas es necesario y nos hace muy bien.