Las primeras medidas de Mauricio en la Rosada

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Es domingo a la noche y ya tenemos un nuevo presidente que gobernará por los próximos 4 años. Se llama Mauricio Macri y es ingeniero. Es el tercer ingeniero en gobernar este país desde la más alta magistratura. El primero, democráticamente electo. Anteriormente habían pasado abogados y médicos por la función, algunos con mejor y otros con peor suerte.

En general, se puede decir, muy pocos presidentes en la historia argentina del siglo XX y XXI han tenido un buen desempeño o un desempeño rescatable en su cargo. Menos aún, presidentes que recordemos. Por lo general, son nuestros abuelos y/o padres (para los jóvenes menores de 30 años, como yo) quienes nos señalan y nos hacen recordar los grandes «héroes» del pasado, de los que nosotros no tenemos registro alguno, salvo por los libros de historia argentina. Hoy es Mauricio Macri, ingeniero, de 56 años, ex presidente de Boca Juniors y actual jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires por segundo período consecutivo, quien capta toda la atención, y en quien depositamos todas las esperanzas, luego de 12 años de kirchnerismo ininterrumpido.

No caben dudas de que Mauricio Macri tendrá varios escollos que enfrentar a corto y mediano plazo. Me concentro fundamentalmente en la parte política, que es mi área de estudio. Primeramente, deberá retribuir a sus socios, a aquellos radicales y demás aliados que lo ayudaron a conseguir esta victoria. Sin ellos, Macri no podría haber hecho pie en el interior, por pertenecer a un partido sin suficiente estructura nacional. Para un candidato a presidente, el apoyo territorial (más allá del caudal votos) es fundamental para ganar la elección. Es por ello que, desde mi punto de vista, debería resignar ciertas ambiciones y ceder una cuota de poder con el fin de liderar el poder que en las democracias consensuales se comparte. Una oferta para ocupar cargos en el gabinete nacional y provincial sería realmente atractiva. Un partido sólo no gobierna, no al menos con la autoridad moral suficiente.

Deberá, en segundo término, reunirse con la oposición para delinear políticas de largo plazo y comenzar a restaurar lentamente sus instituciones. Argentina es un país que se encuentra estancado hace por lo menos 80 años producto, entre otras cosas, de la inestabilidad política. Para revertir esta tendencia, debería fortalecer sus instituciones y descentralizar la toma de decisiones. Cierta estabilidad, garantía de autonomía y reglas claras podría darle a esas instituciones de la república (la Justicia, el Congreso, el Banco Central, los partidos políticos) la fortaleza necesaria para apuntalar el desarrollo en los próximos años. En el plano económico, el país debe también apostar a la estabilidad, reduciendo la inflación y saneando su moneda. Creando reglas claras para el comercio exterior que actúen como incentivo para aumentar el nivel de exportaciones y atraer mayores inversiones. Que forjen un clima de confianza, haciendo que los argentinos vuelvan a creer en el sistema, pongan sus dólares de vuelta en circulación y vuelvan a invertir en el país (y a creer en el peso argentino).

En tercer lugar, diseñar un acuerdo de gobernabilidad con el Congreso como centro. Va a ser necesario, dada la existencia de gobierno dividido, acordar con la oposición y el resto de los partidos (Frente para la Victoria, PJ, Frente Renovador) un conjunto de políticas que deberán pasar primero por el Parlamento. La necesidad de crear coaliciones legislativas para gobernar (y alcanzar las mayorías requeridas) nunca fue más evidente que ahora. El poder de negociación y transacción de Cambiemos en el Parlamento será muy importante. Se requerirá convocar a las personas más hábiles en la materia, asegurándose una negociación sin costos tan altos para el gobierno. Armar un gabinete multipartidario puede ser una opción.

Además, el presidente electo tendrá que dar señales de tranquilidad para evitar sobresaltos en la política y en la economía. Creo, en este sentido, que el “gradualismo” del que hablan los expertos en opinión pública, es útil para lograr la armonía necesaria (se podría aplicar el “gradualismo” al tema cepo cambiario). Esto podría, a su vez, ser complementado con un diálogo franco y abierto con las fuerzas de la oposición por fuera del Congreso. Recibir las propuestas e ideas del resto de los partidos no vencedores en las elecciones e intentar asumir un compromiso de llevar adelante algunas de ellas, hablaría bien de Mauricio Macri y su equipo.

Hay un conjunto de medidas sobre las que existe un acuerdo generalizado: la necesidad de normalizar el INDEC, bajar drásticamente las retenciones, reducir la emisión monetaria y el impuesto a las ganancias, entre otras. En vistas de la estrechez del resultado final del día domingo y la desconfianza inicial de una parte de la población hacia el nuevo presidente, sería conveniente plantear y poner sobre la mesa estas cuestiones. Es una buena manera de fijar la agenda, tomar la iniciativa y ganarse el apoyo de amplios sectores, antes de proceder a tomar otro tipo de medidas, consideradas, algunas de ellas, antipopulares.

Los argentinos tienen por qué estar contentos. Un nuevo presidente fue electo por el pueblo y gobernará por lo próximos 4 años. Sus problemas tienen soluciones y esas soluciones, tarde o temprano, llegarán. Ahora es tiempo de pensar en qué orden se harán las cosas y qué estilo se le imprimirá a la gestión. Son tareas de Mauricio Macri y todo su gabinete.

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