La frase que titula el presente artículo la esbozan muchos actores del universo social y político. Prima facie, esta expresión puede aparentar ser cándida e incluso de saludables intenciones. Sin embargo, veremos que soterra un paradigma comprobadamente autoritario y perjudicial para el desarrollo personal y comunitario.
 
Hacia 1969, Carol Hanisch redactó un documento que se constituyó en un eslogan típico de los pasquines propios de los años setenta: The personal is political. Hanisch, que integraba movimientos violentos de filiación postmarxistas, lo escribió como comentario interno para la sección política de la Southern Conference Educational Fund, donde trabajaba para establecer un movimiento radical en el Sur de los Estados Unidos.
 
Una vez comprendido el origen histórico, corresponde analizar la funcionalidad de la frase y cómo opera en la vida cotidiana de cada uno de nosotros.
 
El desarrollo lógico que les presento desde mi humilde prosa es el siguiente:
Sí lo personal es político, y las cuestiones de este universo (político) son, por antonomasia, de orden público, el Estado tiene facultades para vulnerar nuestra esfera personal.
 
Por ende, a partir de la incorporación de esta idea a nuestro sistema social es que hemos de avalar el atropello compulsivo que el estado ejercita sobre nosotros.
Es menester darle entidad a las disputas culturales y no solamente a aquellas del plano económico. Esto es así porque para que la teoría político-económica que necesitamos se lleve a la praxis, nuestro país precisa abordar un debate en torno a su mecánica ética y a sus valores culturales. De otro modo continuaremos en simplones debates coyunturales y serán aquellos enemigos de la libertad y el Republicanismo quienes seguirán ocupando los claustros promocionando las ideas que han hecho de este país una nación en franca decadencia.
 
El primer paso para defender un sano sistema cultural, es entender acabadamente que es la cultura. La acepción que elijo retomar es la desarrollada por el pensador romano Cicerón, quien empleó el término como «Cultura animi» (Cultivar el espíritu). Como conclusión, debemos apostar al espíritu y la sabiduría humana defendiendo la minoría más pequeña: el individuo; es decir, defendiendonos y reaccionando con la potencia necesaria a cualquier atentado a nuestras libertades.

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