Opinión personal y ajena: ¿yo reconozco mi propia política?

Para llegar a valores culturales objetivos primero hay que llegar a una opinión real.

Tal vez lo que está empobrecido y siempre lo va a estar es la opinión política. Puede que alguien tenga razón, y científicamente este en una razón de verdad; la opinión de los ciudadanos no va a ser para reconocer sus propios actos, la opinión lo primero que acompaña son las razones de verdad científica o pseudo-científica que conozca.

Tal vez la realidad construida con la cultura, necesita superponerse en relaciones entre «mi pobre opinión» y la pobre opinión de «referentes». Al coincidir las explicaciones de la cultura con la realidad, tenemos una opinión pública «sana».

Tal vez lo importante es lograr que la opinión propia de los ciudadanos se centre en la legitimidad de los procesos políticos, las «corrientes de opinión» tienen que no darse por satisfechas con el logro de un cargo público por parte de uno de sus referentes. El crecimiento de la democracia, no va a darse por crédito económico, en cargos públicos, o en «buena reputación y autoridad moral»; sino en lograr que la realidad y la cultura coincidan, por la reparación moral, el reconocimiento, no como digo de privilegios, sino como posibilidad de continuidad y permanencia de la propia historia de vida con los símbolos que lo hicieron sentir «grande», o su sucedáneo «el/los significados detrás del símbolo». Es la fluidez de los derechos adquiridos, para hacerlos valer en los demás, no «sobre los demás». La comunidad política no sólo requiere «cierre sistémico», tal vez requiere un sentido de orientación trascendente a su propia identidad: «que los otros conozcan».

Tal vez en nuestra Declaración de la Independencia, la solemnidad del acto requirió protestar «a las naciones y a los hombres todos del globo», no por un reconocimiento de nuestro poder, sino por la publicidad de la justicia, que es la que rige las relaciones entre los Pueblos.

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