Partido peronista: no fue magia, fue mafia
Argentina es un país que se caracteriza por sus relaciones dicotómicas. Relaciones que trascienden su historias y las diferentes esferas de su acontecer diario. Así encontramos ejes tales como civilización o barbarie, unitarios o federales, el puerto versus el interior o en cuestiones más mundanas, River o Boca, Chevrolet o Ford, etc.
Este tipo de relaciones, que por definición son excluyentes y en general antagónicas, obligan a posicionarse en una de ellas en desmedro de la otra, pero suele ocurrir que estas categorías son meramente referenciales.
Lo que en realidad se hace es un reduccionismo para fortalecer la posición propia y debilitar la ajena, dado que lo concreto es que hay otras opciones posibles más allá de las enunciadas como enfrentadas.
En la historia política argentina este tipo de dualidades fueron más comunes de lo que se cree. Más allá del histórico peronismo o antiperonismo al que se suele recurrir con extrema facilidad para englobar dos opciones, creyendo y haciendo creer que solamente se puede acompañar o combatir esta idea, sin aceptar que existan otras opciones en este eje que puedan exceder esta disparidad y sobreponerse a ella, existen otras dualidades que se utilizan para lograr seguidores y cohesión entre ellos.
Así, tras la instauración democrática de principios de la década del ochenta del siglo pasado se fueron sucediendo los diferentes discursos dicotómicos para intentar agrupar tras el proyecto propio a todo aquel que se opusiera a la otra opción. La secuencia de discursos se inició con el alfonsinista Democracia o Dictadura, continuó con el peronista Nosotros o el Caos, avanzó con el aliancista Decencia o Corrupción y culminó en el peronista de Nosotros o el 2001.
Es curioso observar cómo, a partir de un análisis dicotómico del peronismo o no peronismo, los discursos siempre son de peronismo o caos político, dando a entender que durante los gobiernos no peronistas reina el caos y también, implícitamente, que si no es el peronismo quien controla el caos es quien lo genera; y en los gobiernos no peronistas las opciones son decencia o delincuencia, explicitando también claramente que lo que caracteriza a los gobiernos justicialistas, entre otras cosas, es su apego a apegarse a lo ajeno como si fuera propio… y transformarlo en propio.
El último gobierno peronista fue más allá aún que todas las opciones anteriores y enarboló el schmittiano amigo enemigo, como eje de diferenciación. Así entonces quien estaba a su lado y compartía sus ideas era un amigo y quien tenía ideas diferentes, aún sin ser opuestas, era considerado un enemigo y sobre esta base se instaló el discurso de gobierno nacional y popular frente a la opción oligarca que pretendía gobernar para pocos y en favor de los más poderosos.
A partir de esta configuración teórica se construyó el discurso durante más de una década, rememorando el viejo discurso peronista de pueblo o antipueblo, pero se estaba planteando una falsa dicotomía, esa no fue la discusión real durante los últimos tres lustros ni lo es hoy.
Hay un eje anterior que alinea dos grandes campos, en los cuales debemos ubicarnos, para entonces sí poder discutir diferentes posiciones ideológicas. El eje real de discusión es honestidad o mafia.
No podemos discutir de políticas sin antes discutir de política. Parece un juego de palabras pero de juego no tiene nada.
Para poder discutir si se realizan políticas inclusivas o expulsivas, si para muchos (por definición, nunca pueden ser para todos, es una mentira intrínseca decir que es para todos) o para pocos, si de derecha o de izquierda (pero utilizando en serio estos conceptos hoy más vigentes que nunca y no sólo como un mero recurso discursivo), es necesario debatir si lo haremos desde un ámbito honesto y decente o lo haremos de manera mafiosa. Si la cuestión es si logramos convencer con argumentos o discursos, o lo hacemos a través de métodos delictuales.
El gobierno peronista de los últimos doce años propuso hacerlo de manera mafiosa. Así lo demuestra el sinnúmero de denuncias por corrupción, lavado de dinero y enriquecimiento ilícito, el mayor de la historia argentina… pero maquillado con políticas que, muchas de ellas, fueron en beneficio de sectores postergados. Pero no se justifica, en ningún caso, tipo de políticas alguno si ésta tiene como trasfondo un ilícito. Es inadmisible el roban pero hacen.
Y los ilícitos no tienen ideología. La delincuencia no tiene ideología. Los delincuentes no tienen ideología. Son delincuentes y punto.
Y lo que hacen es ensuciar un cúmulo de ideas y personas que de manera honesta creyeron en el ‘proyecto’.
Como en un nuevo bucle peronista de la historia, como en aquella construcción de pueblo o antipueblo, como aquel peronismo o antiperonismo, como en los setenta, un puñado de gente que cree en una idea es traicionada por una cúpula que por idea lo único que tiene es la suya. Una vez más el falso discurso izquierdista del peronismo enamora a la militancia y la entrega a cambio de plata y beneficios personales.
Porque como decía Rodolfo Walsh, ‘Lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades.’ Por eso no son errores los accionares de gente como Julio De Vido, José López, Ricardo Echegaray, Felisa Miceli, Amado Boudou, Milagro Sala, Aníbal Fernández o Cristina Fernández y tantos otros. Son parte de una trama que necesitaba de personas como César Milani para espiar a quien pensaba diferente y a Guillermo Moreno para apretar a quien pretendiera tomar medidas diferentes a las impulsadas por el gobierno. Que necesitaba de personas como Ricardo Jaime que no controlaran a quienes otorgaban subsidios porque esos subsidios financiaban negocios propios. Que necesitaba de personas como Sergio Schocklender o Hebe de Bonafini que garantizaran negocios y negociados tras la fachada de un proyecto colectivo y de sueños compartidos. Que necesitaba de jueces como Norberto Oyarbide que desde el Poder Judicial dieran cobertura a su accionar sentenciando sobreseimientos cuando éstos eran, cuando menos, dudosos.
Y cada peso robado es menos salud, menos educación, menos vivienda. Cada peso robado es más hambre, más desnutrición infantil, más muerte.
No. No fue un error. Nada de esto fue un error. Fue un plan ideado y aplicado para garantizar beneficios personales amparados en el sueño de muchos. Y se hizo con métodos mafiosos… porque son mafiosos.
No fue magia, fue mafia.
Por eso la dicotomía real no es la que se plantea entre macrismo o kirchnerismo. La dicotomía real es decentes o corruptos, honestos o mafiosos. Es momento de definirse. Esta vez no hay lugar para otras opciones. Se los combate o se es cómplice.
Yo, aún con muchas diferencias en cuanto a las políticas aplicadas por el gobierno actual (y sabiendo que muchos de los actuales funcionarios aún deben demostrar ante la justicia que son decentes), estoy del lado de los honestos. Muchos de quienes creyeron en los postulados del Frente para la Victoria también lo son. Tenemos que estar todos juntos, uno al lado del otro y en la misma vereda para que la mafia no nos gane la batalla.