Mauricio Macri y Alberto Fernández

En la República Argentina tenemos la particularidad de lograr con total naturalidad poder pasar de un extremo al otro.

Pasamos de la caravana de campaña política de las anteriores elecciones a un silencio que aturde hasta a los sordos de cara a las elecciones de octubre.

Esta paz de los cementerios se instala luego de la rotunda victoria de la oposición frente al oficialismo en las elecciones Primarias Abiertas Simultaneas y Obligatorias.

La consecuencia inmediata: el poder se ha bifurcado en dos actores.

Por un lado, el poder legado por la Constitución al Presidente en ejercicio, que se encuentra en el estado de vulnerabilidad más delicado de toda su carrera política. Ya no hay promesa que pase el filtro de la credulidad de la sociedad ni tampoco resultado alguno que mostrar. Su sencillez de oratoria y sus formas poco ornamentadas ya hasta dan sensación de liviandad al trabajo.

La sociedad argentina quiere ver la imagen de un presidente trabajando para salir de esta crisis.

El estilo “viernes flex” de este gobierno da mala imagen incluso cuando se le transmite al Senador y candidato a vicepresidente Miguel Ángel Pichetto, quien de un día para el otro no solo ha abandonado en los actos de campaña su pasado peronista, sino también el saco y corbata por la camisa desabotonada.

Este estilo da la imagen de una “política relajada”, transmite la convicción de los actores del gobierno, de que la política no es importante, que las formas solemnes son ilusas y que los sentidos de las cosas los ponen los sujetos a su libre arbitrio. Total, da lo mismo entregar los atributos en el Congreso como ordena la institucionalidad de la Constitución Nacional o en la Casa Rosada como dictó la voluntad de un solo hombre por sobre la representatividad orgánica constitucional y simbólica.

El Gobierno actual ni siquiera tiene la prudencia de indagar si los actos y formas institucionales responden a un sentido o algo. Así de relajadas fueron las decisiones del Gobierno actual y por ende el penoso resultado fáctico que todos los argentinos estamos padeciendo.

Del otro lado nos encontramos el poder delegado por la encuesta formal, que unge un neo-presidente que no es presidente pero que ya ejerce el poder y sus influencias como si lo fuera. Alberto Fernández, un célebre operador y estratega político ha demostrado en corto tiempo, que no le queda grande la investidura presidencial. Su sabia mesura y extrema prudencia lo han llevado a tener el visto bueno provisorio de la sociedad.

Asimismo, su forma sobria y formal al estilo catedrático que lo embiste su experiencia como formador universitario ni más ni menos que en la U.B.A, hacen de su imagen una transmisión de seguridad, templanza y vocación de trabajo.

Pero a mi parecer, este candidato tiene un as de poder que pocos creían
posible para un candidato que tenía por misión reconciliar al Peronismo
desmembrado. Alberto Fernández, no parece en nada responder a los
artilugios de la Dra. Cristina Fernández de Kirchner.

La ex presidente ha decidido intercambiar ropajes con quien fuera Jefe de Gabinete de Ministros del Gobierno de Néstor Kirchner.

Aquel día en que decidió la jugada política más audaz desde la vuelta de la democracia, ella se probó sabiamente el traje de operadora política cediendo el traje de candidato al operador político más eficiente de los últimos 20 años.

Tengo la particular certeza de que los estadistas y/o personajes personalistas de la historia como podrían ser ambos casos Alberto y Cristina tienen el defecto de no saber formar a los discípulos sucesores, pero al mismo tiempo ostentan la virtud de saber reconocer el momento exacto en que emerge su semejante.

Esa fue la virtud de Cristina Fernández de Kirchner, quién vio más allá de lo que todos podíamos observar, simplemente porque reconoció a su similar emergente y le cedió su investidura.

Podría haber elegido a Sergio Massa, pero algo le faltaba al ex funcionario de ANSES, que no lo hacía reunir los requisitos de estadista ni semejante a los personalistas históricos. Quizás le haya jugado en contra sus ambiciosos deseos por sobre su temprana edad para la investidura presidencial. Capacidad no le debe faltar de eso estamos seguros, pero quizás simplemente no era su momento. Tuvo la sabiduría de darse cuenta a tiempo y no quedar relegado del escenario político.

La Argentina pende de un hilo del que se balancean dos candidatos que están ambos dos, en pleno ejercicio de sus poderes.

Es responsabilidad de ambos, que el hilo del que se apoyan se quiebre o sea la base para entre tejer un futuro de esperanzas para todos los argentinos.

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