En estas últimas horas continuamos viendo la falta de institucionalidad en un país que la reclama, por necesidad extrema de subsistencia y para sacar a millones de personas que se encuentran en la pobreza, pese a lo que sostienen algunos y dice oficialmente un sistema estadístico mentiroso. Nuestros políticos promueven determinadas ideas, dicen algunas cosas, pero con sus actos demuestran exactamente lo opuesto.

Quienes estudian economía saben que la competencia en el mercado logra la eficiencia, es decir, mejores productos a menores costos. De la misma manera, la competencia política puede llegar a lograr exactamente lo mismo: mejores productos (“políticos”), a menor “costo”. Las famosas PASO auguraron esta competencia, pero pese a la intención de la ley y lo que dicen los políticos, persiste la utilización de la dedocracia: quien tiene el poder, levanta y baja pulgares eligiendo quién debe ser candidato y quién no. Elige también la jurisdicción donde se postularán y quiénes serán los compañeros de fórmulas. Así, nuestra presidente bajó a Randazzo de su incólume voluntad de ser precandidato a Presidente y eligió al vice de un muy complaciente y poco valiente –como lo fue a lo largo de toda su carrera política–, Scioli. Tal vez igual de trágica es la postura de periodistas y de la mayoría de la sociedad, a quienes esto les parece normal, pero cuando hay efectiva competencia electoral y no existe la dedocracia pese a lo que dice el líder, lo ven como una debilidad de su poder. Valores y principios invertidos para una sociedad que pareciera que aspira a “ser”.

A pesar de la gravedad de tener una clase política poco honorable y adicta a decir una cosa y hacer otra, lo más grave es lo que se encuentra en juego en las próximas elecciones. Una de las características de toda república moderna es la periodicidad en los cargos de gobierno, o renovación política. Esto significa que no pueden estar siempre los mismos en el gobierno. También implica que no puede existir la posibilidad de reelecciones indefinidas. Esto es contemplado por nuestra Constitución para los diputados y también para el poder ejecutivo. Muchas provincias de nuestro país no son republicanas, por permitir las reelecciones indefinidas, resultando otro ejemplo de divergencia entre lo que dice la norma (la Constitución, según mi criterio) y lo que sucede en la realidad. Pero esta vulneración fue aún mayor si consideramos lo que sucedió en los últimos años en Argentina, y tenemos en consideración la cantidad de años de democracia que lleva.

Pese a que el poder ejecutivo puede ejercerse por cuatro años con la posibilidad de una sola reelección, luego debiendo esperar un período para volver a ocupar el cargo; desde el año 2003 el kirchnerismo gobierna la Argentina. Son 12 años, y el ejercicio de la presidencia inicial de Néstor, seguida por las de su esposa fue en clara violación de la periodicidad en los cargos de gobierno estipuladas en nuestra Constitución. Una viveza criolla para no cumplir con nuestra norma más importante.

Pero todo eso no fue suficiente, ya que la presidente está realizando diversas estrategias políticas para asegurarse que el futuro presidente Scioli sea expresión de su voluntad, y ejemplo de ello es Zannini como vicepresidente. Otra “viveza” para no cumplir con la limitación constitucional. La posibilidad latente de 16 años de kirchnerismo alegra a muchos, apena a otros. Muchos sosteniendo que Scioli va a ser distinto a lo que fue; lúgubre imaginación que aún no puedo comprender.

Lo que hoy en día está en juego en nuestro país es la República o la tiranía. Pese a que, fiel a lo que a nuestra clase dirigente le gusta decir, y a lo que a gran parte de la sociedad le gusta escuchar, llamen democracia a aquella última.

 

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