Sobre acoso callejero y feminismo autoritario
El pasado martes, en el Senado de la Nación y con votación unánime, se aprobó agregar un nuevo inciso de la polémica Ley 26.485 de Protección Integral contra la Violencia de Género, incorporando al cuerpo legal, como inciso “g”, el acoso callejero, a las figuras ya estipuladas por la ley.
Para esta nueva norma, un mero “Buen día, señorita”, se equipara a una “apoyada” grosera en el transporte público. Una discusión acalorada entre un hombre y una mujer puede terminar en una denuncia por violencia de género realizada por esta última. El concepto de acoso es demasiado amplio para pasar de ser considerado delito a incluirse en el Código Penal de la Nación. Y confirma mis mayores temores: estamos tomando el mismo camino que España en materia de género. Falta muy poco para que en Argentina en el acto sexual intervengan como mínimo 3 personas. Será necesario ir acompañados de un Escribano Público.
Es mi intención hacer notar lo absurdo de reglar en exceso situaciones de la vida cotidiana. Una ley no puede ni debe funcionar como una extensión de nuestro cuarto de estar. No puede funcionar como un espacio seguro donde no haya personas que nos acosen por la calle. El mundo es un lugar peligroso, como bien explica Camille Paglia.
Hemos llegado demasiado lejos con este asunto del feminismo. Pasamos de la liberación sexual de las mujeres en la década de los 70, a pedir restricciones a la libertades individuales propias de la época victoriana (mediadios y fines siglo XVIII); de aceptar gestos de gentileza del hombre hacia la mujer, a cuestionar si abrirle a la mujer la puerta del auto es un “micromachismo”; de poder elegir donde y qué estudiar a un victimismo y infantilismo pocas veces visto; de pedir libertad de expresión y pensamiento a tratar al que piensa distinto, de “macho opresor blanco heteropatriarcal del sistema capitalista”.
No quisiera que se lleven la impresión de que soy un ser insensible. Entiendo que hay situaciones denigrantes para la mujer que se producen a diario en el espacio público. Lo que procuro es demostrar que al judicializar la palabra estamos entrando en terrenos pantanosos, y que la excesiva reglamentación legal de situaciones de la vida cotidiana, conlleva una lenta y progresiva pérdida de libertad ciudadana.
La peligrosidad de legislar basados en ideales utópicos nunca dejó de ser costumbre en el mundo político argentino. Los mismos senadores que aprobaron esta norma tienen cajoneadas leyes para reglar la extinción de dominio de bienes de origen ilícito, o el desafuero de la Senadora Cristina Fernández de Kirchner. Sin embargo, eligen avanzar, una vez más, sobre la libertad de los ciudadanos.
A lo expuesto hasta ahora, hay que añadir que es una ley sumamente clasista. Esta norma va a penalizar principalmente a los hombres de clase baja. Está estudiado que es en lugares postergados económicamente o donde suele vivir o trabajar la clase baja, es donde ocurren más situaciones de acoso callejero. Esta pregunta va para los senadores y senadoras de la Nación: ¿Queremos agregar más pobres presos de los que ya el frágil sistema carcelario puede aceptar?
Para finalizar, hago un llamamiento público para detener esta oleada de feminismo “corporativo” que manifiesta día tras día, en todos los medios de comunicación, un nivel de autoritarismo, intolerancia y persecución dignos de tiempos todavía más oscuros. En contrapartida, brego por un feminismo más abierto al diálogo y una literatura sobre cuestiones de género con un origen verdaderamente cíentifico.