Superar el pasado para construir la república que soñamos
Desde el 10 de diciembre pasado siento que estamos un poco desencajados, como si hubiese algo que no terminamos de procesar. Ha caído la euforia de la sorpresa, pero la estela de su paso dejó una extraña sensación. Parece que no terminamos de asumir que el país hizo borrón y cuenta nueva. Tengo la sensación de que miramos, conteniendo el aire y con cierto temor e intriga, las medidas del Gobierno deseando que todo fluya de forma natural. Esperando que los fantasmas de ingobernabilidad frecuentemente invocados no irrumpan y rompan nuestra ilusión.
Increíblemente, pese a los lamentables resultados de su gestión, el fenómeno kirchnerista aún consigue micrófonos. Más extraño aun es que se siente legitimado con vulgar cinismo a “correr” y “agitar” al Gobierno con la crítica acerca de la falta de institucionalidad y los supuestamente magros resultados conseguidos. El kirchnerismo no deja de pedir todo lo que ellos se negaron sistemáticamente a dar a quienes no pensaban como ellos (seamos francos; tampoco sorprende tanto, ¿no?).
Creo que lo que se decía “kirchnerismo” ha muerto. Quienes todavía le prestamos exagerada atención somos quienes lo mantenemos entre nosotros (¿nos costará dejarlo ir?). Su exhumación ocurrirá cuando sea absorbido por el autoproclamado “peronismo del siglo XXI” o cuando pierda en 2 años en las urnas. Pero cualquiera de los dos eventos será sólo la confirmación formal de un hecho ya ocurrido.
El tiempo de hoy es el del mañana. Aún no sabemos qué forma tendrá, cuáles serán sus virtudes y cuáles sus mañas y defectos. Salir de una etapa tan pueril me genera dos temores. En primer lugar, me aterra que el parámetro utilizado para la evaluación de la gestión de Gobierno pase, de ser la crisis del 2001 al Gobierno de Don Gato y su Pandilla. Así como se abusó con escándalo y hasta el hartazgo de la herencia recibida en el 2003, tampoco es bueno que nuestro patrón de medida sea la triste gestión pasada. Si eso es lo nuevo, si ese es el camino a la república, si queremos ser una sociedad más abierta, plural, democrática y tolerante, mal puede ser la referencia inmediata la administración de Boudou, Aníbal Fernández, el Cuervo Larroque, Hebe de Bonafini, Guillermo Moreno, Héctor Timerman, el Vatayón Militante, Luis D´Elia y el resto de las blancas palomas que los acompañaron.
Igualar al nuevo Gobierno con aquel que tuvo un vicepresidente procesado por querer quedarse a escondidas con la máquina que imprime billetes es inaudito. El actual Gobierno no es comparable con aquel que equilibró la balanza comercial a partir de la importación de libros extranjeros, que vió en el otro un enemigo y que persiguió, asustó y gritó. El Gobierno pasado es el Gobierno de los funcionarios que se hicieron ricos a costa de un pueblo pobre que siguió siéndolo. El Gobierno de Macri debe aspirar a mucho más y no tomar la medida de la vara que dejaron como propia.
Mi otra preocupación es que la combinación de nuestra tendencia al propio boicot y nuestra impaciencia e inclinación al pensamiento mágico nos lleve a transformar en profecía autocumplida el ridículo mito de que sólo el peronismo nos puede gobernar. Y que, a la primera de cambio, cuando la cosa se ponga complicada (algo que puede ocurrir), corramos asustados a tirar, cual niño de jardín de infantes, del delantal del peronismo, como si éste nos hubiese legado algo distinto a la paupérrima realidad que nos rodea.
Por otro lado, evitar igualar las administraciones no implica olvidar de dónde venimos. Aun si el actual Gobierno es simplemente bueno en materia económica, social e institucional, lo será varias veces mejor que el de la arquitecta egipcia.
Complejo equilibrio
El problema de esto, la parte ríspida, es que el Frente Cambiemos[1], si quiere ser fiel a su promesa, deberá gobernar bien y darnos seguridad siendo republicano. Es difícil. Es molesto. Es una práctica y una filosofía poco menos que desconocida y fuera de moda por nuestros lares. No solo deberá el Gobierno actuar en forma republicana, sino que tendrá que enseñarnos a nosotros a serlo —quizás, lo más difícil—. Tendrá que gobernar una sociedad exitista y lapidaria con el fracaso, sin memoria ni culpas, que perdona todo, menos la debilidad y el ridículo. Una sociedad que rechaza el disenso y encuentra cierto encanto en la imposición.
Ser republicano implica no sólo aceptar las limitaciones, sino también entenderlas y respetar las leyes que molestan. Implica no asumir que los cargos son un botín que se puede distribuir libremente con prescindencia de la idoneidad y capacidad de los funcionarios. También se requieren de las siguientes capacidades: controlar el tirante impulso del decisionismo, luchar contra la adulación y adoración, escuchar y valorar el pensamiento crítico y disidente y juzgar la calidad de las acciones, no por quién las hace, sino por su adecuación a parámetros comunes para toda la sociedad.
Para quienes apoyamos esta nueva gestión, sería importante que jamás subestimemos la poderosa tentación de otorgar dispensas y excepciones, con argumentos más o menos razonables, a actos del Gobierno, que, realizados por otros, los calificaríamos distinto . No me parece que debamos simplificar las razones de las decisiones y nuestro respaldo a ellas bajo el insípido y, muchas veces, pobre eslogan de “es política”.
El kirchnerismo como credo ya es parte del pasado; antes de que nos demos cuenta, será un agrio y pobre recuerdo de ese pasado; su superación debe ser mucho más que su contracara. La mirada, el anhelo de inspiración, la debemos poner y buscar en lo mejor, lo difícil, en el mañana y en lo que vendrá, no solamente en lo que pasó, lo que cayó y lo que se percudió. Ojalá estemos a la altura.
[1] ¿Alguien sabe si se presentan como el Gobierno del Frente Cambiemos o el Gobierno del PRO?