Tecnología: ¿al servicio de quién?
En los últimos años, los efectos de la tecnología, la automatización y la robótica, entre otras cosas, están apareciendo en el foco de la agenda de los grandes organismos internacionales debido al impacto que ésta tiene en el empleo, tanto ahora como en el largo plazo. La principal duda es: ¿Qué efecto tiene? ¿A quién beneficia?.
La tecnología siempre estuvo presente en nuestras vidas y maneras de producir. Cada vez que se encuentra una manera más eficiente de producir algo, se puede decir que estamos ante un cambio tecnológico. Por ejemplo, cuando el hombre inventó la rueda, abrió la puerta a nuevas formas de hacer las cosas y, más importante aún, se permitió hacer cosas que antes no hubiera podido. Hoy escuchamos «tecnología» y pensamos en muchos cables y microprocesadores entrecruzados con chips, millones de datos en internet y electricidad, pero esto es la tecnología de las últimas décadas nada más y ni siquiera es todo así.
Lo importante en la nueva agenda mundial es entender qué impacto tendrá la nueva ola de cambios en el empleo. Vale aclarar que esta ola, de «nueva», no tiene mucho dado que la automatización arrancó hace tiempo en el mundo desarrollado. Sin embargo, avances como la inteligencia artificial o la I hacen que el ritmo de cambio se acelere.
Haciendo un repaso de los últimos 200 años, se ve que no toda ola de cambio tiene el mismo impacto. A principios del 1800, la inclusión de la tecnología en la manufactura tuvo un claro perdedor, los artesanos, pero un grupo mucho más numeroso que ganó, los trabajadores poco calificados. Esto fue así porque la aparición de los telares, entre otros inventos, generó que se requirieran menos calificaciones para poder ser productivo. Es decir, aumentó la productividad especialmente de los que no tenían calificación y bajó fuertemente el costo de contratar mano de obra dado que potenció lo que cada obrero podía hacer. En el agregado, se registró un fuerte aumento del empleo y de los ingresos. La tecnología simplificó tareas, permitiendo la producción en serie vía inclusión de mano de obra barata.
En segundo lugar, el siglo XIX es el que da fundamento a esta idea de que la tecnología reemplaza puestos de empleo. Esto no quiere decir que hubiera menos empleos, ni cerca, sino que la tecnología se utilizó en tareas hasta entonces realizadas por el hombre. A su vez, permitió liberar recursos que se reorientaron a otros sectores. El cambio hacia una tecnología que compite con los puestos no calificados se conoció como «cambio tecnológico con sesgo cualificativo». Así, la mano de obra poco calificada perdió terreno y el valor de la educación pasó a ser mayor, priorizando los trabajadores que aportaban algo más que lo que una máquina podía hacer. De ahí a que hoy alguien sin educación, del tipo que sea, está muy complicado para conseguir un buen trabajo. Por el lado positivo, los trabajos insalubres han casi desaparecido si se compara con dos siglos atrás.
En definitiva, los primeros cambios tecnológicos de la era moderna potenciaron el nivel de empleo en general al permitir la producción en serie. La segunda ola priorizó los puestos con algún nivel de calificación por encima de los puestos rutinarios. En todo este momento, el nivel de empleo siguió creciendo y los estándares de vida a nivel mundial, mejorando. Esperanza de vida, educación, salud, ingresos y desigualdad, todo mejora en el último siglo, aunque no de la misma manera en todos lados.
Para el futuro, esta nueva ola tecnológica trae amenazas hasta ahora no conocidas, pero también oportunidades. El impacto en el empleo será general. La impresión 3D, por citar un caso, golpea a la producción en serie de muchos sectores que empiezan a incluir diseño personalizado, cambiando el paradigma de los stocks y fomentando la producción instantánea, reduciendo los costos de almacenamiento y producción pero, también, haciendo más eficiente el uso de cada insumo. Esto hace que los ingresos de cada consumidor ahora rindan mucho más. Por el lado de la robótica, también se reducen mucho los costos debido a que se puede producir sin ningún freno y que, si a esto se le suma el avance de las energías renovables y baratas, la producción parece no tener límites.
Argentina no está preparada actualmente para afrontar este cambio. En las economías desarrolladas, cerca de la mitad de las tareas son potencialmente automatizables, algunas total y otras parcialmente. En los países en desarrollo como Argentina el número es mayor, cercano a dos tercios, dado que el proceso allá ya tiene años y aquí está comenzando. Los sectores que nuclearan las nuevas oportunidades laborales (los que incluyen características como la empatía, las relaciones interpersonales, programación o sistemas en general) tienen dificultades para encontrar postulantes en la fuerza laboral local.
De aquí en adelante, las políticas públicas deben estar enfocadas a contener este cambio. La transición hacia el nuevo mercado laboral requerirá muchos cambios, especialmente en el nivel de formación de nuestra población económicamente activa.
Comenzar por un sistema educativo que entienda que la situación es distinta y que debe adaptarse a una sociedad en constante revolución. Ya no se puede preparar a alguien de la misma manera que hace algunas décadas. Desde el lado de la política social más amplia, la idea del ingreso ciudadano o ingreso básico universal empieza a ganar peso, aunque no es del todo seguro que sea lo mejor. De cualquier manera, debe tenerse en cuenta que se debe cambiar si queremos que la tecnología esté a nuestro servicio.