Venezuela: cuando las lágrimas no alcanzan, aparece el circo

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Cuando hablamos de política, corresponde dejar de lado las pasiones cotidianas, para entender que las cosas suelen tomar otra dimensión -mucho más compleja- en el mundo simbólico. Así, la muerte de Chávez en Venezuela, al igual que la de Néstor Kirchner, no constituyen únicamente la muerte de un hombre, sino un hecho político que merece cierta reflexión especial.
Todo hecho político exhibe la potencia de alterar las relaciones de poder vigentes. Mucho de ello tendrá que ver con cómo jueguen cada uno de los actores políticos involucrados. Lo interesante es que, quienes procuran sacar rédito político de la muerte, tratarán de gestar una suerte de hiperrealidad de angustia colectiva o de importancia alrededor del finado que exige, por adhesión, silencio o expresión de respeto.
Si bien en nuestra era resulta mucho más fácil de gestar este tipo de hiperrealidades, en la Argentina, tuvimos la experiencia del velorio de Evita, en el que era una obligación ir a llorarla. Pero no sólo era una obligación exhibir señales de luto, sino que se promovía el malestar. Cerraron los cines, los teatros y la totalidad de los espectáculos. Se emplearon los medios adictos y a las fuerzas de militancia para fomentar el malestar.
La muerte ha sido procesada culturalmente mediante diversos rituales y mitos para ser incorporada con cierto orden a nuestras vidas. Por este mismo medio, resulta fácil manipular el hecho y utilizarlo para frenar al adversario, y aprovechar el viento a favor.
No obstante, al chavismo no le alcanzó la muerte del dictador y la angustia real que tal hecho suscitó entre sus seguidores. Han comenzado a crear una mística cuasi religiosa, similar a la que ocurrió en su momento con Eva Perón (existiendo trasnochados sindicalistas que solicitaban al Vaticano su canonización), en la que la relación del súbdito-seguidor de Chávez ha pasado a ser una experiencia mística y la norma logró internalizarse en un nuevo plano.
El circo es una experiencia fantástica. Mediante tomas visuales calculadas, vallas que ordenan convenientemente a los asistentes, punteros que agitan el ambiente y camiones de propaganda, se logra generar una sensación de malestar mayor a la par que se usa este estado de vulnerabilidad. Con el objetivo de dar cierta continuidad al finado en nuevas consignas tales como «Chávez, te lo juro, mi voto es por Maduro».
El fascismo requiere de esa identificación colectiva permanente para poder funcionar. Demanda que sus componentes se ordenen bajo una identidad colectiva y descubran su lugar en la masa. De lo que no tengo dudas, es que al dictador Hugo Chávez le hubiese encantado su propio funeral y todo el circo político vinculado a él. Desde donde esté, seguro que aplaude y ríe del uso que han hecho de sus restos. Creándose un Chávez eterno, digno de ser sentado junto a Walt Disney.

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