Venezuela mira con esperanza el cambio en Argentina
En el desarrollo de la contienda electoral en Argentina, resulta oportuno compartir algunas apreciaciones de dicho proceso, que encuentran su esencia en el llamado a la reflexión acerca del destino que deben transitar nuestras naciones. Siendo un ciudadano venezolano residente en este hermano país, me ha tocado ejercer un interesante pero inquietante rol de espectador. En Venezuela, desde que pude gozar de mi derecho al voto, siempre me involucré como colaborador en el desenvolvimiento de cada jornada electoral, abanderando la alternativa democrática como fuerza política opuesta al modelo que hoy aún se impone en el poder ejecutivo venezolano. Este rol de espectador me permite realizar un ejercicio de observación y comparación intersubjetiva, que pretende que el lector cuente con una opinión externa al proceso que se describe.
Antes del 25 de octubre, con gran preocupación y descontento, revisaba las estimaciones que sondeaban la opinión pública, que señalaban en su gran mayoría la posibilidad del continuismo, empeñado en la repetición de modelos que históricamente han conducido al fracaso, a la destrucción de la república y al debilitamiento de la democracia. Como demócrata y crítico a toda forma de Gobiernos populistas y totalitarios, mi desagrado por el kirchnerismo es casi semejante a mi rechazo por el chavismo–madurismo; como entenderán, no es difícil encontrar similitudes entre ambos modelos que comparten características muy semejantes en cuanto a las formas en las que ejercen el poder.
Aunque por normativa constitucional quien asume la contienda como candidato oficialista no sea un Kirchner, es un digno representante de su modelo, el mismo que sigue y copia la receta caduca de Maduro y Chávez. Basta con escuchar pocos minutos a Daniel Scioli para notar que su perfil es parte del modelo en crisis de liderazgo latinoamericano, populista y demagógico. En su discurso se encuentra, de manera manifiesta, la pretensión de tergiversar el hecho histórico con el fin de justificar la perpetuación en el poder, tal como sucedió con Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador o Morales en Bolivia; el panfleto mal argumentado es el mismo: “los neoliberales”, “los medios”, “los Gobiernos del pasado”, “los gringos”, “los empresarios”, etc. Pero no es casual que los regímenes que comparten estos discursos son los que terminan conduciendo a sus naciones a las peores inestabilidades políticas, económicas y sociales; para muestra, lo que actualmente ocurre en Venezuela.
Quiero ser bien enfático en aclarar que en ninguna circunstancia planteo que Argentina es lo mismo que Venezuela, puesto que tendríamos que discutir las delicadas particularidades de cada país, con sus grandes diferencias contextuales, culturales, económicas y sociales. Sólo pretendo señalar las grandes similitudes del liderazgo político que acá describo, ya que mi inquietud es con este viciado estilo de ejercer el poder, que termina degradando nuestra cultura política (lastimosamente, en varios casos de nuestra América). Mi rechazo será siempre frente a esos discursos que, tal y como los desarrollaba Chávez, pretenden parcializar a la sociedad, dividirla y diferenciarla, porque no creen en la armonía de la democracia, no entienden la diversidad y buscan la imposición de un pensamiento único; son discursos que recurren al miedo, para inmovilizar a la sociedad que anhela cambio. Mi problema es con aquellos que hipócritamente abanderan la inclusión social, a costa de las dádivas que pretenden el sometimiento y la dependencia de los más necesitados. A esto, en términos conceptuales, se refiere el populismo.
Los resultados del pasado 25 de octubre explican claramente que la opinión no determina la acción, que son muchos los factores que influyen en la lectura que le damos a las encuestas, pero sobre todo que la sociedad argentina manifiesta un profundo deseo de cambio. Y frente a esta irreverencia contra la continuidad, quienes se aferran al poder recurren a producir una campaña sistemática para infundir el miedo, inmovilizar a la sociedad y someterla a la dependencia del Estado. Tal como lo hace Maduro y la élite corrupta del Gobierno venezolano, al no contar con apoyo popular de cara a las próximas elecciones parlamentarias, Scioli recurre a la construcción de un discurso que alienta la incertidumbre y la resistencia al cambio.
El llamado, compatriotas, será derrotar la desesperanza. Como ciudadano venezolano que vivió más de la mitad de su vida bajo el mandato de Chávez, pude disfrutar como espectador, con mucha emoción, estas elecciones presidenciales en Argentina, puesto que todo fue una notable novedad. En Venezuela carecemos de cobertura mediática, de resultados inesperados, de la posibilidad de tener diferentes opciones para elegir el destino de nuestra nación. Esas cosas, que son normales y no nos deberían sorprender en democracia, son las cosas que deben preservar los argentinos y sólo lo lograrán evitando la continuidad de un modelo que pretende perpetuarse en el ejercicio del poder.
Venezuela ya es otra prueba en la historia de que la fase superior del socialismo no es el comunismo (como sostenía Marx), sino retroceder a la época premoderna de pobreza extrema. En su defecto, eso es comunismo. No sigamos repitiendo modelos que sistemáticamente conducen al fracaso.