El pacto argentino por la pandemia parece sólo un anhelo

El Presidente Alberto Fernández saluda al Jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta

La pandemia del Coronavirus ha puesto en jaque al orden mundial. En un lapso de 3 meses, el mundo ha cambiado completamente. Nada es igual a antes. Hace un tiempo atrás, Richard Haass, presidente del Council of Foreign Relations, habló de “aceleración de la historia» para describir los enormes cambios que se vienen produciendo en un período muy corto de tiempo (*). Ningún país se encuentra al margen de este fenómeno porque, en algún punto, se encuentra complejamente integrado al sistema.

En Argentina, país en el que resido, estos cambios abarcan la economía, pero también la política y la sociedad. Mientras la economía doméstica enfrenta duros golpes, la política es el escenario de disputas entre políticos que buscan beneficios de corto plazo, utilizando para ello un lenguaje que se ajusta perfectamente a una lógica: la del todo o la nada. La sociedad, por su parte, recibe los embates de una cuarentena dura y prolongada que no tiene fecha de finalización y que, próximamente, tampoco parece tenerla. 

Entre tanta incertidumbre, de algo estamos seguro y es que no hay una receta mágica para enfrentar esta pandemia. Pero lo peor que podríamos hacer como ciudadanos es aceptar acríticamente las medidas que toman las autoridades (o que no toman), limitándonos a señalar que “están bien» porque «es la realidad que nos toca vivir». Los gobernados tienen el derecho de ejercer la crítica, especialmente cuando estén comprometidos sus derechos fundamentales. Tienen también el derecho a protestar pacíficamente.

Desde esta columna, no voy a aprobar o reprobar las medidas sanitarias implementadas hasta ahora por el gobierno argentino. No soy epidemiólogo. Sólo me limitaré a decir que a lo largo y ancho del mundo hay distintas formas de encarar el mismo problema, con sus costos y beneficios aparejados.

En definitiva, creo que el equilibrio es el mejor consejero. La mejor muestra de equilibrio es que científicos de distintas especialidades, con posibilidades de participar en los procesos de deliberación y toma de decisiones que elabora el gobierno, se vean representados en las mesas que se organizan semanalmente. Esto implica que el gobierno debe escuchar a todas las partes, con sus conocimientos y consejos, para finalmente tomar una decisión que es en sí misma política, no es científica. La prudencia, al igual que el equilibrio, deben reinar por sobre discusiones banales sobre la relación entre economía y salud.

La pandemia del Coronavirus está provocando grandes estragos en la economía argentina. Si la economía ya venía maltrecha, este cimbronazo ha hundido al país en una muy severa crisis, que tendrá repercusiones en el bienestar general de los argentinos. La suba exponencial del dólar en el último tiempo es el síntoma de que hay algo que no está funcionando bien, es el reflejo de problemas estructurales que la economía argentina viene arrastrando desde, por lo menos, 2008 a la fecha. A esto hay que sumarle los problemas de la coyuntura: se estima que el país podría caer cerca de un 8% este año.

Es reconociendo la magnitud del problema como se puede enfrentarlo mejor. En este contexto, la política argentina no da buenas señales: los ciudadanos que participan políticamente parecen desenfocados de los verdaderos problemas. Los políticos, a su vez, se encuentran enfrascados en intereses de cortísimo plazo, sin una perspectiva más amplia que los empuje a acercar posiciones.

Una excepción a esta regla es la conducta recíproca que han venido demostrando durante el transcurso de esta pandemia el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, y el presidente de la Nación, Alberto Fernández. La responsabilidad en este caso ha prevalecido por sobre la irracionalidad, el cinismo y la confrontación. Pero es más la excepción que la regla en la política argentina.

El país necesita de manera urgente acuerdos partidarios para enfrentar el escenario postpandemia. Es imperioso que la élite política entienda en toda su dimensión la importancia de estos acuerdos, que no son más que negociaciones entre los partidos (en materias críticas) que promuevan una mayor cooperación en el tiempo. De esta manera, es posible salir de la Argentina pendular y entrar en una nueva fase de conciliación y construcción paulatina de políticas de Estado. Es necesario también que esos acuerdos se centren en una agenda moderna que mire al futuro y no al pasado.

El hecho de que la política argentina se encuentre dividida entre dos grandes coaliciones, una que podríamos denominar de centro izquierda y otra de centroderecha, debería facilitar y no dificultar la implementación de estos mismos acuerdos. Pero la Argentina es presa desde hace tiempo de una lógica perversa que se retroalimenta: la lógica pendular.

La lógica recurrentemente pendular de la política argentina hace que su dinámica sea imperceptible hasta para sus propios ciudadanos. Esto es así porque la recurrencia genera hábito e inercia que es difícil desarmar.

Salir de una lógica de confrontación permanente es difícil, pero no imposible. La historia es testigo de grandes «hazañas». Sin ir más lejos, lo han logrado países relativamente cercanos de la Argentina (ya sea cultural o geográficamente), como Chile, Uruguay y España. En Europa también lo ha logrado un país antaño atrasado como Irlanda.

Acuerdos formales, rubricados en pactos sociales y políticos como El Pacto de la Moncloa en España, Social Partnership en Irlanda o, menos espectacularmente, las coaliciones o alianzas entre partidos en coyunturas críticas, tales como los implementados por La Concertación de Partidos por la Democracia en Chile, son acuerdos consagrados luego de años de desencuentros entre los principales actores, y/o bien, una forma de amortiguar los costos del proceso democratizador y recrear un horizonte de previsibilidad(**). En muchas ocasiones, a estos acuerdos formales le antecedieron entendimientos informales.

La Democracia Cristiana (DC) y el Socialismo en Chile (PS) tuvieron que limar viejas asperezas después de años de acusaciones mutuas como consecuencia del apoyo del primero al régimen militar de Augusto Pinochet (1974-1990). Para revertir la historia, comenzaron con pequeños gestos: a verse las caras y reunirse más seguido con el objetivo de revertir la desconfianza y el recelo mutuos.

Mi conclusión es que si estos países lo consiguieren, también Argentina lo puede hacer. Solo necesita que su clase política tome conciencia de lo que hay verdaderamente en juego: su supervivencia, la supervivencia del país y de todos nosotros como ciudadanos de una república. Esta crisis con sus graves consecuencias quizás represente una posibilidad de verlo más nítidamente en un escenario postpandemia.

*https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-52314527

**El antecedente de la formación de esta coalición es La Concertación de Acuerdos por el No que se opuso en el plebiscito de 1988 a la continuidad por 8 años más de Pinochet en el poder. Es bueno aclarar que la coalición mencionada buscó, una vez en el poder, negociar y consensuar las medidas importantes de gobierno con los militares, empresarios y políticos de la derecha chilena. Es decir, lejos de sentirse triunfadores e interpretar su llegada al poder como un “cheque en blanco” para revertir años de autoritarismo, la coalición buscó acordar con el arco opositor, incluso a costa de autolimitarse ostensiblemente en sus acciones.

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